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Maternidad: por qué fingir es parte de ser mamás

"Nadie sabe qué corno es una buena madre", dice Jose de Cabo en su nueva columna para SOMOS OHLALÁ! Y, de esta manera, arranca su análisis sobre por qué la maternidad tiene mucho de fingir.


"Nadie sabe qué corno es una buena madre".

"Nadie sabe qué corno es una buena madre". - Créditos: Getty.



Es jueves por la noche. Ya hace un ratito que mis hijos duermen. Me encantaría decir que cada uno en su cama y que se fueron a dormir solitos y en tranquilidad. Pero a esta altura ya nos conocemos y todos sabemos que ninguna de esas afirmaciones sería correcta. La más grande duerme en mi cama, porque hoy es la noche número mil que le sube la fiebre y prefiero tenerla cerquita para controlarla. El más chiquito hizo un escándalo gigante hasta que finalmente se durmió.

La vida misma, digamos.

Estoy sola con ellos porque su papá viajó por trabajo. Se fue hace un rato e intuyo que el escándalo del chiquito tuvo mucho (si no todo) que ver con eso.

Mientras termino de lavar los platos de la cena y hago una última recorrida de la casa apagando luces para irme a dormir, miro por la ventana hacia la oscuridad de la noche. ¿En qué momento me dejó de dar miedo la oscuridad? ¿Cuándo no tuve más miedo a las figuras imprecisas que se mueven en la noche? Me doy cuenta que hace un tiempo ya que no apago la luz y corro hacia arriba para no quedarme sola en la sombra.

Muchas preguntas y ninguna respuesta (o sí)

Me hago todas estas preguntas y me acuerdo de uno de los últimos capítulos de This Is Us (si no la viste, dejá de leer ya mismo y anda a verla), en que Beth le dice a Rebecca que mucho de la maternidad es fingir, que en realidad no tenemos la menor idea de lo que hacemos pero fingimos que sí. Claro que me da miedo la oscuridad, obvio que me asusta el arbusto de forma extraña al fondo de mi jardín, pero me hago la que no. Finjo, actúo como que no me da miedo y estoy tranquila, porque pienso que así mis hijos van a estarlo también. Hago de cuenta que no me angustia que a mi hija se le dispare la fiebre por noche número mil, para que ella no se angustie. Finjo que no me cansa el berrinche de mi hijo para irse a dormir, para poder sostener su emoción descontrolada y que se vaya a dormir lo más tranquilo posible.

Podría enumerar miles, como la vez que ella se quedó encerrada en el auto, con la llave adentro, con tan solo seis meses. O el día que él se encerró del otro lado del cuarto y no podíamos abrir la puerta para sacarlo. O cuando ella se rompió la boca contra un juguete y tuvimos que volar al hospital. Miles. Y todas esas veces tuve miedo, angustia, enojo, desborde de emociones. Pero ellos no se dieron cuenta. O al menos eso creo.

Claro que es importante realmente saber regular las emociones propias para ayudar a regular las de nuestros hijos. Ese es el escenario ideal, donde todos somos seres de luz evolucionados que gestionamos nuestras emociones a la perfección. En el escenario real, en el que nadie tiene idea de lo que hace pero lo intenta, a veces las cosas son diferentes y no tenemos nada regulado. Entonces fingimos y hacemos como que sí, para poder sacar lo mejor de ese momento para nuestros hijos.

¿Está bien, está mal? No vengo a discutir eso básicamente porque no lo sé. Lo que sí sé es lo que pienso mientras subo la escalera oscura a una velocidad completamente normal, casi lenta: en seis años me he convertido en una experta fingidora.

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