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Red flags: por qué es fundamental no ignorarlas ni justificarlas y qué podés aprender de ese proceso

En el mundo de las citas no todo es trash y situaciones bizarras. A veces crecemos, aprendemos y nos empoderamos gracias a las experiencias que tenemos que atravesar. La anécdota de hoy, va un poco por ahí.


Una columna sobre aquello que se puede aprender de las red flags.

Una columna sobre aquello que se puede aprender de las red flags. - Créditos: Getty



Venimos de muchas anécdotas divertidas, bizarras y hasta algo trasheras. Pero así como no quisiera romantizar las relaciones amorosas y el proceso de conocer a alguien, tampoco quisiera alimentar la idea de que todas las citas son un desastre, que no vale la pena hacer el intento o que -pase lo que pase- no se pueda sacar algo bueno de esa interacción. Por eso es que hoy me megainspiré para traerles algo diferente y contarles de esa vez en donde el fail de una cita, en realidad, me ayudó para crecer y empdoerarme. Posta amigas, esta #FracaCita me empoderó y marcó en un 90% la mujer que soy hoy.

Con Mateo estábamos de novios hacía 6 años. Tiempo suficiente para crecer y construirte de forma paralela junto con la otra persona, pero también para empezar a replantearte qué querés con esa pareja. En criollo, estábamos atravesando la famosa crisis de los 6 años  y yo honestamente no lo vi venir… O en realidad no lo quería ver. Cerca de fines de mayo del 2018 Mateo me pidió un tiempo, que devino en una separación con bastantes idas y vueltas motivadas por mi. Y si amiga, fueron muchos añoos y yo me rehusaba a perderlo. Pero como dicen, a veces mejor perderlo que encontrarlo.

 

En el mes de septiembre de ese año yo estaba de viaje por Europa y pasé mi cumpleaños en la Ciudad de las Luces. Sí, un sueño cumplir años en Paris. Pero como tenía el corazón medio cascoteado, fue un cumple semiamargo. Los chongos que tenía hasta ese momento se re esmeraron y me mandaron mensajes re lindos con muchos emojis de corazones y besos, diciéndome cosas románticas en algunos casos, y subidas de tono en otros. Pero yo estuve todo ese día expectante esperando solo un mensaje. El de Mateo. Casi al final del día, por fin llegó. “Feliz cumple, Vale! Abrazo”. Más frío que Jack después de que se hunda el Titanic. “Gracias Mate, ¿cuándo vuelva cenamos para festejar?” “Sí, de una” me respondió.

Una vez de regreso en Buenos Aires, no veía la hora de verme con él y festejar mi cumple, aunque ya hubiera pasado una semana. Tenía muchas expectativas sobre ese encuentro (nota mental: no tener expectativas de nada). Así que el mismo día que arribé le escribí para coordinar. Quedamos en vernos el viernes en un bar a la vuelta de su casa, después de que yo saliera de cursar. Y como era a la vuelta de su casa, obviamente yo me imaginé que después del postre podíamos ir a su depto para tener una noche de pasión desenfrenada. Tratándose de una historia contada por Valeria Romanza, ya sabés que la noche fue un fiasco, ¿no? Bueno, ahora te voy a contar por qué.

Desde el momento en que llegamos a la puerta del bar y esperamos que nos dieran una mesa, estuvo TODO EL TIEMPO con el celular en la mano, sin mirarme ni preguntarme nada. Ahí en la vereda mientras esperábamos, yo mencioné algo sobre lo que tenía en mente para después del bar y él sin reparar en su tono ni sus palabras me dijo: “¡Ah! Pero yo salgo después con los chicos de la facu”. AH DALE LISTO TE PIDO MILDIS. Ya de esa manera la noche empezó a bajarme las expectativas de un hondazo. Una vez adentro del bar, obvio Mateo seguía con el celu en la mano, planeando su salida. En ningún momento me preguntó cómo me fue en el viaje, ni qué lugares conocí, ni nada sobre nada. Honestamente sentí que lo estaba molestando, como que era un perno para él. Y esto nunca me había pasado. Una vez que terminamos el picoteo y nuestros tragos, fuimos a su departamento. El garche no lo recuerdo, porque lo que pasó después me resonó tanto que borré esa memoria.

Mientras me estoy poniendo el jean, Mateo salió al pasillo y fue pidiendo el ascensor. Ya abrochándome las botas, el muy divino y educado me dice “dale Vale, me tengo que ir”. Y ahí yo hice clic. Me frené dos segundos y clarifiqué mi mente. Agarré mis cosas y mientras caminaba al ascensor y sin mirarlo a la cara le dije: “No me gusta un carajo esto que está pasando”. Salimos del edificio y en la calle frené el primer taxi que apareció, porque estaba tan pero tan enojada con la situación que me quería ir a la mierda. Lo saludé con un beso en el cachete, le dije: “Hablamos, suerte” y me subí al auto.

Obviamente en el auto toda esa bronca se manifestó en un mar de lágrimas y mocos que pobre taxista tuvo que fumarse. Igual como buen taxista, me escuchó y después empezó a recomendarme qué hacer. “Ese flaco no te merece” me dijo, y tenía mucha razón.

Lloré toda la noche. Al día siguiente al mediodía para despejarme agarré el auto rumbo a ningún lado, con la mala suerte de que se me quedó a medio camino y tuve que llamar a la grúa para que me rescatara. No se si es normal, pero lloré a moco tendido en la grúa también.

Con el auto ya en el taller, caminando por la calle con el cuerpo y mente agotados, agarré el celular y llamé sin aviso a Mateo. Lo primero que le dije fue que no me había gustado ni un poco sentirme que me despachaba de su departamento. Fueron muchos años que habíamos estado juntos sumergidos en el amor y el respeto, para que de un día para el otro nos desconociéramos de esa manera. “Bueno Vale, perdón, yo te había dicho que me tenía que ir”, me dijo como si eso justificara todo el destrato que tuvo conmigo esa noche. Después de varios minutos de discusión y sin llegar a ningún punto, le hice esa pregunta cuya respuesta yo ya sabía pero no quería escuchar. “Mate, ¿vos querés volver conmigo? Porque yo la verdad no quiero estar así con vos, de esta manera”. “No Vale… Yo la verdad estoy en otra”.

Lágrimas y silencio.

 

Silencio

 

 

 

Dos segundos que para mi fueron mil años me alcanzaron para juntar toda mi fuerza y valor, y mandarlo a la mierda con la mejor de las alturas: “Ojalá que en dos, tres, seis meses, te des cuenta el pedazo de mujer que te perdiste y sufras  como yo estoy sufriendo ahora. Chau Mateo”.

Las lágrimas y el silencio ahora estaban del otro lado.

A veces nos cuesta un montón ver esas red flags que nos llaman la atención para salir de una relación chota, pero el momento en que te abstraés un poco y te ves a vos misma sumergida en una situación que lejos de empoderarte te minimiza y te hace sentir menos, es el momento de tomar todas las fuerzas para salir de ahí. Como dice La Bebe, “el miedo puede romperse con un solo portazo”.

Así que ya sabés amiga, cuando te des cuenta, salí por la puerta grande y cerrala con todas tus fuerzas para que del otro lado las paredes vibren y al menos un cuadrito se caiga de la pared.

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