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Sobre la carta de despedida de César Mascetti y los sentimientos exprés

En su nueva columna, Beta Suárez se detiene en la partida del periodista César Mascetti y en su despedida. ¿Qué hay del otro lado de la emoción?, se pregunta.


Mónica Cahen D'Anvers y César Mascetti

Mónica Cahen D'Anvers y César Mascetti  - Créditos: Matías Salgado



En general

Hay noticias que irrumpen en el día, el que sea, y que desarman la agenda porque se instalan con la contundencia de lo orgánico, lo que no se puede forzar. 

Se interrumpen entrevistas radiales, se vuelve al piso en los noticieros, se posicionan los hashtags y las conversaciones en la calle y en las oficinas arrancan con un: “¿te enteraste?”. 

Así supimos de la muerte del periodista César Mascetti. 

Más allá de si te gustaba o no su trabajo hubo algo que empezó a crecer en las redes sociales y en los medios masivos de comunicación que nos hizo detenernos en el tema: cuando el cariño, el homenaje y el respeto es general nos conmovemos porque entonces sí confirmamos que es posible vivir dejando una verdadera influencia. La positiva, otra vez, la que no se puede dibujar ni depende del marketing. 

Como si eso fuera poco, claramente no lo es, se hizo viral una carta escrita por el icónico reportero unos días antes de morir. 

Esas pocas líneas tienen la cualidad, desde lo íntimo de una despedida personal, de llevarnos al deseo de sentirnos así cuando nos toque. 

Imposible eludir la emoción, al menos la exprés.

En particular

A mí, me atravesó por completo.

Además de lo general, esos naranjos, esos duraznos, el río Paraná de fondo, las campanas que menciona y hasta el cementerio en donde se leyeron esas líneas me pertenecen. Son el contexto de la libertad de mi infancia, mi tierra fecunda en donde, también, se murió un pedazo de mi corazón que descansa ahí junto a una de mis amigas más queridas. 

Con la insolencia de lo propio, mientras leía sentí el viento de San Pedro: es único, las tardes eternas del verano sofocante y las noches divinas e insolentes de mi adolescencia. Lo que ya no es y lo que vive en mí para siempre.

También, debo reconocer, hay algo de la profesión de Mascetti en donde nos espejamos todos los que trabajamos en periodismo o en comunicación. 

Más allá de la hondura del contenido, hay pocas cosas más difíciles que escribir simple. No falta ni sobra una coma. No hay palabras grandilocuentes porque nada de lo importante las precisa. 

Comunicar es traducir, ahí está la verdadera virtud. 

Tal vez otros vieron ahí sus propios terruños, sus propias profesiones, sus propias vidas, lo sé.

Imposible eludir esa mezcla extrañísima de angustia y paz. 

Después de la emoción

En estos tiempos de noticias exprés, las emociones también lo son. Es que las novedades, de cualquier índole, y las urgencias de lo cotidiano se van empujando unas a otras en nuestras cabezas y en nuestros corazones. La imagen es un poco desoladora y bastante vertiginosa. 

Durante toda esta semana me pregunté: ¿Qué hay después de la emoción?

Siento, tal vez me equivoco, que no las eludimos porque sabemos que, de todos modos, pasan pronto y le deja lugar a la indignación por algún político, a la pena por alguna desgracia y a tantas otras cosas. Una bolsa de gatos variopintos. 

Quise, entonces, ejercitar la permanencia, animarme, por elección, al dolor o a la incomodidad de la reflexión porque sentí que, al menos para mí, en este caso lo necesitaba. Hace falta tiempo y tomarse tiempo no productivo en lo práctico es, parece, para valientes.

Después de la emoción, colegas, está esa segunda mirada que nos enriquece y se nos queda. 

Y entonces advertí y se los comparto, revolviendo en ese deseo de llegar a ese mismo lugar: que este hombre no fue afortunado por todo lo que tuvo, sino porque pudo darse cuenta a tiempo de que lo tenía. 

Gracias por eso. 

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