Solsticio de invierno: ¿cuál es su significado espiritual?
Sole Simond reflexiona sobre lo que trae consigo el invierno. Recuerda que es un tiempo de poda. ¿De qué querés prescindir?, lanza a modo de metáfora personal.
22 de junio de 2023 • 15:00
Solsticio de invierno: ¿cuál es su significado? - Créditos: Getty
“Esperá a que pase el invierno y, si sobrevivís, mudate”, me decían en plena pandemia cuando resolvía si quedarme con mi depto de dos ambientes en un piso 25, con los mejores atardeceres del mundo, en un complejo con amenities; o mudarme a mi cabaña en el Tigre. Era lo lógico, una cosa era disfrutar de esta casa en el delta durante el verano y otra muy diferente era darte cuenta de cada chiflete que tiene la madera, de la humedad que atraviesa los huesos al amanecer, de que ninguna calefacción sea suficiente salvo hacer fuego 24x7 en la salamandra, que atardezca a las seis de la tarde en una noche cerrada y oscura, sin las luces citadinas.
Yo no sabía qué significaba el invierno hasta que me mudé. No sabía lo que era dormir con mi buzo XL de peluche y medias térmicas, ni había experimentado frenar el auto en cualquier lado porque divisaba buena leña, ni imaginaba lo que era agarrar el termo de metal y que estuviera congelado a la mañana, ni conocía los ciclos de la naturaleza. Miento: lo había escuchado muchas veces en nuestras reuniones de Calidad de Vida, cuando nuestra psico adorada, Inés Dates –que “nos atiende” hace 15 años– nos contaba que cada estación proponía su energía.
Como la invitación, por ejemplo, del invierno a replegar. Pero las comodidades que fuimos creando nos alejan de la propuesta cíclica. No sé si me hubiera mudado definitivamente si esperaba al primer invierno, pero en mi afán aventurero, cerré mi “casita del árbol”, así le llamaba a mi departamento en las alturas y me vine a la selva. Y ya no hay vuelta atrás, es difícil desandar el camino de calles de tierra para volver al asfalto.
Entonces cada invierno aprendo algo nuevo. Me vuelvo más observadora en la quietud del frío, es como si los movimientos mínimos, en modo ahorro, encendieran nuestra contemplación, que a veces con la loza radiante a 24, seguís en musculosa cuando afuera hay escarcha. Eso me pasó esta semana cuando vino mi mamá a casa y mirando mi cantero de salvias me dijo: “Hay que podarlas”. “Pero están divinas”, le respondí yo. “Sí justamente, es el momento de cortarlas”.
Sentí vértigo, ¿por qué achuraría un paisajismo agreste pero frondoso para quedarme con unas ramas raídas? No tenía ninguna lógica. Sin embargo, en los procesos de la vida, la poda es esencial. Y siempre me obliga a una metáfora personal: ¿de qué querés prescindir? En los cuidados botánicos implica darle a la planta un reinicio más vigoroso, pero no deja de ser una cuestión de fe. ¿Y si no vuelve a crecer?, ¿y si muere?, ¿y si no es lo que yo esperaba? Podar implica un salto al vacío.
Entonces empuñé mi tijera de jardinería y empecé a bajarle el alto a las plantas mientras veía cómo mi cantero quedaba vacío y sin gracia. Es época de poda, pensé, porque en primavera y verano estamos más de cosecha. Pero ahora todo nos invita a deshacernos de lo que ya no nos sirve ni convoca. Sin las urgencias de las noches veraniegas donde hay todo por hacer, si no con la cadencia de los rituales del té para calentar el alma: ¿qué ya no me resuena? Y a veces es un modo de ser, o hábitos aprendidos, o una persona, o una responsabilidad, o un miedo, o una emoción persistente. Y bancársela. Porque en ese momento que cerrás la tijera y ves cómo cae la rama, hay algo poderoso en atravesar el proceso de lo que será, pero todavía no es. Se juega la identidad. ¿Quién soy si ya no estoy triste?, ¿quién soy sin ese trabajo?, ¿quién soy sin esa persona?, ¿quién soy sin ese proyecto?
Podar implica reiniciar, pero hay que ver el cantero “tan feo”. O bancarse el invierno para llegar a la primavera. Los universos confluyen en nuevos mundos siempre. Y creo que el aprendizaje es identificar la belleza en la tierra con la planta en su mínima expresión. Es obvio que la primavera, con su belleza hegemónica –su explosión de flores, colores, aromas– siempre tiene mejor prensa. Ahora, cuando ves la fuerza latente de la naturaleza en invierno, la introspección que necesita para dar vida nueva, la paleta de marrones, la valentía del vacío, las ramas que guardan el ADN de la planta: eso es belleza, amigas mías. Entonces, es sólo cuestión de cambiar la mirada.