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Mónica Ojeda, sobre "Chamanes eléctricos en la fiesta del sol": un viaje de dos amigas que encuentran en la música un refugio a la violencia

Mónica Ojeda, una de las mejores narradoras jóvenes en lengua española, habla de su último libro, "Chamanes eléctricos en la fiesta del sol", de sus procesos creativos y de por qué se fue de Ecuador para poder escribir.


Mónica Ojeda, escritora, entre otros libros de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol.

foto_monica_ojeMónica Ojeda, escritora, entre otros libros, de Chamanes eléctricos en la fiesta del sol.da_10_c_jairo_vargas.jpg - Créditos: Prensa Random House



La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda es poéticamente desgarradora en su literatura y en su oralidad. Conversar con ella es deslumbrarse con el lenguaje por los temas que explora, como el miedo, la violencia y las relaciones humanas, y la forma en que los transmite, con una sensibilidad musical con las palabras. Su pensamiento tiende a la metáfora, a lo poético para enhebrar horror y amor. 

Nacida en Guayaquil, Ecuador, en 1988, es considerada una de las veinticinco mejores narradoras en español de menos de 35 años. Entre sus libros más destacados se encuentran Nefando (2016), Mandíbula (2018) y Las voladoras (2020), que abordan aspectos oscuros y perturbadores de la experiencia humana. Este año se sumó Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House), que presentó en la feria del libro en Buenos Aires, y es una historia que nace de su interés en la relación entre el cuerpo, la música y el miedo. A través de los personajes de Noa y Nicole, dos amigas que escapan de una ciudad asediada por la violencia para asistir a un festival de música experimental en los Andes, la autora explora la capacidad de la música para transformar y sanar cuerpos heridos. 

 

Tal como le sucedió a la escritora mexicana Brenda Navarro, la migración de Ojeda a España también le abrió otras oportunidades de escritura y de vida. “En España estoy más tranquila. Puedo caminar sin tener miedo a que se desate una balacera en una esquina y yo vaya a morir”, dice. “Yo salí de Ecuador con trastornos de ansiedad. No podía salir de mi casa porque me daba muchísimo miedo pisar la calle. Caminar para mí es vital y cada vez que piso la calle y no tengo miedo, digo, wow, qué privilegio y en realidad es un derecho". 

Ella encara el miedo en su literatura, lo mira a los ojos. “Mi narrativa siempre está como girando en una especie de triángulo en donde los puntos son miedo, deseo y violencia, y sus relaciones múltiples”, dice, en esta larga conversación que se inicia con la gestación de su último libro, pero que transita por un viaje sensorial y emocional, de la mano de estas dos amigas, como sólo Ojeda puede hacerlo. 

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, el último libro de Mónica Ojeda.

chamanes_al_sol.jpg - Créditos: Prensa Random House

 

-Sobre la novela Chamanes eléctricos en la fiesta del sol: ¿por qué decidiste escribir sobre esta fiesta que es tan particular?  

-Creo que lo que dinamitó la escritura de esta novela fue una pregunta en torno al cuerpo y la música, ¿qué es lo que hace la música con un cuerpo herido, un cuerpo que está llagado, que está temblando, poseído por el miedo como si fuese una especie de espectro de diablo?Porque normalmente se ve a la música desde el lugar del goce y del disfrute y de la evasión, pero la música, como todo arte, no es solamente eso. También es un motor de introspección que toca directamente otros lenguajes del cuerpo que no están palabrados, lenguajes que habitan la zona muda, como le llamaba Enrique Lihn. Y que sacan, por lo tanto, otro tipo de espectros. Por eso la novela parte con estas dos amigas, Noa y Nicole, que salen de una ciudad que está tomada por las narcobandas. Tienen la muerte todo el rato pisándoles y mordiéndoles los talones, y deciden, pese a esas circunstancias, irse a un festival de música experimental en las faldas de un volcán en Los Andes. Un poco hacer esa travesía de supuesta huida de la violencia para recordar que son jóvenes, que están vivas, que merecen el disfrute y el contento. Y, con eso, reclamar una imaginación futura, porque la imaginación del futuro en una juventud que está atemorizada por la violencia implica también mover el cuerpo y despojarlo del terror. El baile es una especie de despojamiento del terror.  

-Lo territorial es muy importante también en la novela: elegiste un volcán, un espacio que parece que se mueve, con los temores que despierta. ¿Por qué esa elección?  

-La naturaleza es muy importante dentro de mi escritura. Cada vez ha ido cobrando más y más fuerza. No en tanto que paisaje, sino en tanto que territorio. Porque el paisaje es algo que se ve como una distancia desde el rectángulo de la ventana. Esa mirada no me interesa tanto como pensar la naturaleza en tanto territorio vivo, que es cuerpo y que es lugar de pensamiento y despliegue de las emociones y las relaciones con todo lo que nos rodea. En este libro está claro, porque además el festival se realiza justamente en el páramo andino, frente a un volcán gigantesco que es el Chimborazo, un gran nevado. Y allí la música es parte de esa geografía: la música andina, por ejemplo, tiene que ver con la fuerza del viento en las montañas, por eso hay tantos instrumentos de flauta que se generan y se crean en ese mundo. Tiene que ver también con un pasado y con presente, con una ancestralidad y una contemporaneidad del territorio andino, y de ahí surgen tipos de músicas muy específicas. También me interesaba hacer esa ligazón entre territorio y movimiento musical.  

Mónica Ojeda es una de las 25 narradoras más importantes en español  de menos de 35 años.

Mónica Ojeda es una de las 25 narradoras más importantes en español de menos de 35 años. - Créditos: Prensa Random House

- Y también cobran mucho relieve los chamanes, que como la música también son los que unen este plano con el de los muertos: ¿cómo llegaste a lo chamánico?  

-Lo chamánico dentro del libro tiene presencia por varias vertientes. Por una parte, porque Noa y Nicole, estas dos amigas, suben al festival para escuchar a los Chamanes Eléctricos, que es un grupo inventado, pero también está por la vertiente de lo que le pasa a Noa, que es la protagonista de la novela: ella que sube al festival a priori con su amiga para huir de la violencia, pero en realidad lo que quiere es buscar a su padre, que la ha abandonado, y está enfrentándose a un proceso de crisis psicológica. Como la pasan todos los chamanes cuando sienten el llamado chamánico, que es lo que para Joseph Campbell era el llamado del héroe. Es el llamado que aparece como el corazón de todas las narrativas a nivel universal. Todas las narraciones que nos inventamos, míticas y no míticas, tienen que ver con el viaje psicológico de un personaje. Y Noa pasa por esa crisis de tener que enfrentarse al abandono, a la llaga de su origen, el padre que la abandonó, y empieza a vivir una serie de transformaciones que tienen que ver con una imaginación mítica: empieza a ver cosas, a encarnar sus propias pesadillas, caminar al revés, arquear la espalda, inventarse un nuevo canto disfónico, que tiene que ver con dos voces que salen de su cuerpo. Está viviendo como una encarnación o posesión por la imaginación reprimida. Es un viaje psicológico, junguiano, arquetipal, si quieres, que remite al viaje chamánico. 

- Y está la presencia de los hongos que también podría ser pensado como naturaleza y están demonizados. 

- Sí, porque estos viajes alucinógenos para los chamanes y para muchas culturas andinas no son solamente viajes de evasión, de hecho, no son viajes de evasión. Tienen que ver con lo que ellos llaman las plantas de poder, que son utilizadas para que las puertas de la conciencia se te abran, y eso significa que puedes, no es que te evades o te diviertes desde un lugar de entretenimiento, es que eso tiene que ver con expulsar los demonios que tienes dentro. La ayahuasca, por ejemplo, que es un viaje además oscuro, tiene que ver con vomitar o sacar del cuerpo todos los males. Los hongos, las setas, el San Pedro, por ejemplo, que es otra de las bebidas que toman los personajes, tienen que ver con sentir la realidad un poquito dislocada para que tu lenguaje mental pueda cobrar otro camino que de otra manera no cobraría, y eso lo liga también con la experiencia poética. Al final, un poema también es ese lenguaje dislocado que tiene que ver con percibir la realidad desde otro lugar sensible ¿no? 

- Claro. Cuando mencionabas los chamanes y el viaje recordé el último cuento de Las Voladoras, porque ahí está ese viaje y la crisis de un padre que quiere prácticamente resucitar a su hija.  

- Sí, total. De hecho, Las Voladoras la escribí en la mitad de la escritura de esta novela. Yo empecé esta novela a finales de 2018 y la terminé a finales de 2023, y Las Voladoras la escribí durante el confinamiento de la pandemia. Paré la escritura de esa novela para escribir este libro de cuentos porque sentía, mientras estábamos en la pandemia, que no podía escribir esta novela porque me estaba costando mucho. Es una novela que va mucho sobre fiesta y juventud, pero también va sobre muerte. Y en la pandemia me costaba mucho hablar sobre lo que estaba pasando en mi país, en esas circunstancias. Entonces me fui por los cuentos, aunque los cuentos también me salieron oscuros. Parece ser que no puedo huir de la oscuridad. Pero está, por supuesto, este último cuento que es con este chamán que pierde a su hija y otra vez está el tema de la pérdida, que es un tema muy recurrente dentro de esta novela. La pérdida, el abandono, el sentirte desamparado, el buscar un refugio. Los personajes, muchos de ellos lo tratan de buscar en la música, en el canto, en la poesía, en el baile como yo busco refugio en los libros, por ejemplo. 

Mónica Ojeda cuenta que migró desde Ecuador para poder escribir sin miedo.

Mónica Ojeda cuenta que migró desde Ecuador para poder escribir sin miedo. - Créditos: Prensa Random House

- En la novela también me llamó la atención Pamela, la chica que está embarazada y que quiere abortar, pero sin embargo ama a ese ser, a elle, como le dice, ¿no?  

- Creo que por circunstancias además como que tienen que ver con nuestra historicidad en Latinoamérica, las leyes, la política, en torno al tema de la interrupción del embarazo, todavía nos cuesta hablar de esa experiencia desde un lugar que no sea la del dolor. Por supuesto, porque es traumático en nuestros países. Sigue siendo una experiencia traumática por la dificultad del acceso, por la satanización que hay de determinados medios, de determinados grupos a ese derecho fundamental. Pero creo que es un relato del dolor, que no es el único relato. Es decir, que uno puede vivir la posibilidad de la interrupción del embarazo desde otro lugar que no sea traumático. Ojalá se pueda llegar a un punto en el que no implique un lugar traumático. Pamela es un personaje que no ve con culpa la interrupción del embarazo. Para ella la culpa no está y eso que vive en Ecuador, en donde todavía sigue siendo ilegal el aborto en muchas acepciones. Y entonces ella, de todas maneras, lo vive sin culpa, lo vive como una interrupción de un proceso biológico, y no está peleada con el hecho de que su cuerpo esté generando esas circunstancias. Dice, bueno, durante este tiempo que vamos a compartir mi cuerpo vamos a llevarnos bien y vamos a experimentar esto, pero después esto se va a acabar. Entonces, está en otro lugar del pensamiento, por fuera de esa retórica del dolor, de la experiencia del aborto. 

-¿Sentís que hay nuevos temas, nuevas miradas desde que se les da más lugar a voces de mujeres en la literatura? 

- Siento que hay, por supuesto, una variación que tiene que ver con la experiencia de ser mujer en Latinoamérica, de las experiencias propias de cada una. Por ejemplo, en la mía hay un tema que tiene que ver con la migración, que yo todavía no me he atrevido a tocar, pero que en algún momento seguramente saldrá. Son violencias muy específicas. Y siento que hay una urgencia, y que esa urgencia hace que la escritura salga con mucha más fuerza, y creo que es eso lo que está convocando a tantos lectores a las escrituras de muchas mujeres, que encuentran en esa escritura algo vivo, urgente, muy político, con una estética que es política y que toca, por lo tanto, esa necesidad que muchas lectoras y que nosotros que escribimos también tenemos. Entonces, eso yo creo que le da mucha fuerza. 

-Mudarte a España, ¿te abrió cosas o te hizo ver otras de Ecuador? Las violencias hacia las mujeres, los paisajes o lo que sea. 

- Sí, me ayudó. En muchas cosas me cambió la mirada sobre determinados aspectos experienciales míos como mujer en Latinoamérica. 

- ¿En qué sentido? 

- En España estoy más tranquila. Puedo caminar sin tener miedo a que se desate una balacera en una esquina y yo vaya a morir. Puedo caminar por la noche sin tener miedo de que me vayan a violar. Me puede pasar en España, por supuesto. También hay violaciones, también ocurre, pero camino con menos miedo, y eso para mí es fundamental, porque además me gusta mucho caminar. Yo salí de Ecuador con trastornos de ansiedad. No podía salir de mi casa porque me daba muchísimo miedo pisar la calle. O sea que caminar para mí es vital, ¿no? Cada vez que piso la calle y no tengo miedo, digo, wow, qué privilegio y, en realidad, es un derecho. Pero sí, para mí migrar fue muy doloroso, dejé a toda mi familia allá, llegué a España sin familia, sin amigos, sin papeles; estar tres años sin papeles, sin poder cobrar porque no tenía papeles es mucho tiempo. O sea, todas las violencias que pasa en un migrante latinoamericano, pues todas las tuve que vivir y, sin embargo, aún así, nunca retrocedí de mi decisión. Decidí quedarme, porque para mí era muy importante luchar por ese espacio de poder caminar con tranquilidad y no tener tanto miedo. Y entonces, claro, siempre digo que la migración es cambiar unos dolores por otros. Haces un trueque. Ahora tengo otras ansiedades, la ansiedad es que, si le pasa algo a mi familia, yo estoy a trece horas de avión, y que a lo mejor no llego. Y eso es un miedo que no tenía antes, que ahora lo tengo. 

Mónica Ojeda señala que su narrativa gira en una especie de triángulo en donde los puntos son miedo, deseo y violencia.

Mónica Ojeda señala que su narrativa gira en una especie de triángulo en donde los puntos son miedo, deseo y violencia. - Créditos: Prensa Random House

- ¿Y sentís que por ahí tus aportes son también más fuertes desde afuera?  

- Sí, yo siento que salir primero me ha facilitado escribir, porque un cuerpo asustado escribe de una manera muy distinta, y yo ciertamente no escribía con tanta fuerza cuando estaba en Ecuador. Porque me costaba, porque estaba viviendo otras cosas. Y yo necesitaba estar un poco más tranquila psicológicamente. No defiendo para nada escribir desde un estar atormentado. Ojalá que todos pudiésemos tener un lugar de refugio donde escribir y escribir en refugio. Pero yo entiendo, por ejemplo, muchas de las autoras que yo más leo en Ecuador escriben en Ecuador. Y lo hacen porque han construido su propio refugio dentro de Ecuador. Yo no pude construir el mío en Ecuador y eso para mí es un trauma, no haberlo podido construir porque me hubiese gustado quedarme, pero no lo pude hacer, pero hay otras autoras que sí han podido hacer. Encontrar su refugio en un lugar y construirlo y construir su nido y tratar de escribir desde allí. Pues uno escribe también desde donde puede y como puede. 

- En tu literatura el tema del miedo y del deseo, están muy presentes: ¿cómo pensás esas dos cosas que están tan cerca para vos? 

- Siento que mi narrativa siempre está como girando en una especie de triángulo en donde los puntos son miedo, deseo y violencia, y sus relaciones múltiples. Los cuerpos desean y por eso están vivos y por eso se mueven. Hay un deseo muy voraz de refugio, de amor, de ganas de intensidades también, de vivir intensidades varias, pero claro, todo deseo viene de la carencia, como dice Anne Carson, tiene que ver con no tener algo que estás buscando en aquello que deseas, eso te confronta como un espacio de crisis identitaria. Desear siempre es poseer una especie de momento de crisis identitaria, porque el sujeto está escindido de aquello que está buscando, lo que supuestamente lo va a regresar a la idea de la unidad. Que por supuesto eso no es así. Eso es una búsqueda eterna y además irresoluble, pero, bueno, es así como funciona, ¿no? Entonces, allí hay, por supuesto, la experiencia de la vulnerabilidad. Todo cuerpo que desea está atravesado por la vulnerabilidad y la fragilidad de saberse que está incompleto, de saberse que necesita alguna cosa más que no tiene, de que todavía está temblando y necesita el lugar de amparo. Entonces, desear es temblar, como dice un personaje también en un cuento de Las Voladoras, amar es temblar. Porque amar siempre es la posibilidad de perder aquello que amas, de que lo que amas se acabe, de que tu amor se acabe, y desear también, lo mismo. Este confronta con ese miedo existencial. A mí me interesa mucho pensar el miedo en tanto que eso, no necesariamente como experiencia sobrenatural, sino en tanto experiencia vital. Temes porque estás vivo y estar en un lugar de no temor o de absoluto resguardo del miedo es como no existir. Entonces, bueno, también pienso en la parte positiva de temer: temer no siempre es paralizante, también puede ser un motor vital. Temes, claro, porque amas; temes porque amas y estás vivo en este mundo.  

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Verónica Dema

Verónica Dema Editora de Actualidad en OHLALÁ! Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Especialista en Prácticas Redaccionales. Tiene un Máster en Periodismo por LN/Universidad Torcuato Di Tella. Dedicada a temas de géneros, cultura y sociedad.


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