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Francesca Gnecchi: Shibari, el arte japonés de las ataduras, en primera persona

Nunca había probado el Shibari, una práctica de atadura que puede ser artística o erótica en la que el cuerpo queda totalmente suspendido con cuerdas de yute. Esto me pasó y te lo cuento.


mujer practica shibari

Shibari, el arte japonés de las ataduras, en primera persona. - Créditos: Archivo OHLALÁ!



Nunca había probado el Shibari, una práctica de atadura que puede ser artística o erótica en la que el cuerpo queda totalmente suspendido con cuerdas de yute.  

Así que cuando mi amigo Gonzalo Pereira, hoy un gran rigger (atador en la jerga) me convocó a su taller de suspensiones que hacía con el gran maestro Guga para practicar acepté de inmediato. Para mí era una especie de juego. 

Dije que sí muy entusiasmada hasta que se iba acercando el día y empezaron las preguntas. ¿Dolerá mucho? Esa fue la primera y la que no podía sacarme. En general, las prácticas de B.D.S.M. (bondage, sado, dominación, sumisión, masoquismo) tienen el placer y el dolor juntos, así que el solo pensar en que todo mi cuerpo esté sostenido por unas cuerdas me generaba mucha tensión. ¿Tendré que estar mucho tiempo? Mirá si hace algo mal y me caigo, ¿Podré respirar o las sogas me van a apretar? ¿Voy a quedar toda moretoneada o marcada? 

mujer practica shibari

Shibari, el arte japonés de las ataduras, en primera persona - Créditos: Archivo OHLALÁ!

 

Y así llegué en bondi esa tardecita al barrio porteño de Once. Había una puerta de madera abierta; Gonzalo estaba demorado. El lugar me daba escalofríos; preferí esperarlo afuera.  

Después nos reímos de la situación que en parte era bizarra, pero en ese momento le dije: ¿a dónde me trajiste? Por suerte esa pregunta evitó que siguiera pensando en las otras, que eran peores.  

Llegamos al primer piso, un lugar muy peculiar. Me gustó enseguida: una especie de casa vieja tipo PH que me recordaba a los libros que leí en los que siempre había de por medio un conventillo con muchas habitaciones en las que vivían distintos personajes que compartían el baño, la cocina y alguna que otra historia de vida. 

Entramos a una de las salas, rechinaba el piso de madera lustrado y colgaban cuerdas de unos ganchos del techo. Dicho así podía parecer un lugar de tortura, pero no, me sentía mucho más tranquila. 

 

Para sumar a lo bizarro, el entonces aprendiz de ataduras sacó el termo y el mate y nos tiramos en el piso a esperar al maestro. Al rato empezaron a llegar otras y otros aprendices con personas invitadas para suspender, algunas llevaban cuadernos para anotar, otras traían sus propias cuerdas, una chica trajo a su pareja y así fueron cayendo todas hasta que hizo su entrada él: Guga.  

Guga es un hombre que no llega a los 50: alto, grandote, canoso, con una barba larga y en punta y grandes aros. Si antes de conocerlo hubiera tenido que imaginarlo no hubiera distado mucho de él. Parecía serio y malhumorado, pero enseguida salió su ternura, su pasión por el shibari y su amor por la docencia. Una persona encantadora. 

Me fascinó su dedicación para explicar, la paciencia y el cuidado minucioso que ponía en cada detalle sobre los recaudos que se debían tener, el consentimiento, el preguntar y saber cómo está la persona que está siendo atada. Todos puntos fundamentales. Después viene el si quedó estéticamente bello o no, repetía Guga. 

Y ahí estaba yo con mi enterito de lycra negro largo, lo más tapada posible para mitigar el dolor- eso era lo que pensaba- escuchando las indicaciones y ansiosa por arrancar. 

 

Gonzalo acomodó sus cuerdas con mucha paciencia, no hablaba, se lo veía muy concentrado, era de los que no solo llevaban sus sogas, sino que las había hecho él.  

 

Es aprendiz de ataduras, pero además doctor, me decía yo. Si pasa algo estoy un poco más segura. 

Todo empezaba en el piso donde fue armando las ataduras poco a poco y con Guga supervisando. Confieso que la sensación del yute sobre la piel me pareció hermosa, me generó escalofríos y me erizó la piel, fui disfrutando cada uno de esos momentos que un poco eran familiares ya que no era mi primera vez con ataduras. En este caso fue bastante tiempo ya que debía hacer todo un diseño y asegurarse bien de cada detalle antes de suspenderme. 

Del piso pasamos a estar parados y a continuar con el diseño, por momentos cerraba mis ojos y me iba y, por otros, me quedaba mirando a los otros sumisos y dominantes de la escena compartida. Era por demás emocionante: estábamos todas las personas en la misma, aprendiendo, jugando, animándonos a explorar y a llevar a nuestros cuerpos y mente a otras experiencias. 

¿Estás lista? La pregunta me hizo volver al miedo, pero ya estaba ahí y realmente era algo que quería atravesar. 

¡Sí! Poco a poco mis pies dejaron la firmeza y la seguridad del suelo, me fui elevando, sentí el dolor de las cuerdas sobre mi cuerpo y la sensación de la sutileza y la picazón del yute pasó a ser bastante más intensa que cuando estaba sentada. Empecé a conectarme con la respiración, cerré los ojos, inhalé y exhalé lento y profundo como hacía en tantra; mi corazón, que latía rápidamente, comenzó a bajar, en una de las exhalaciones comencé a soltar la tensión del entrecejo, hombros, abdomen, solté, relajé, por atrás escuchaba la vos de Gonzalo que me hablaba. Si bien comenzaba a sentirme cada vez más a gusto, volví al presente para indicarle que estaba bien.  

Por instantes solo estaba suspendida, me sentía sola en la habitación, pero a la vez cuidada, había balanceos sutiles y lentos que me llevaban a conectarme cada vez más conmigo misma. La experiencia fue reveladora. Me siento agradecida por seguir animándome. 

 

Doc Gonzalo Pereira y Guga dictan da talleres en Erotique La Escuela en Palermo. 

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