Hoy se me ocurrió pensar en qué sucede después de la muerte. Adónde vamos, cómo seguimos.
Esta vez no quiero tener en cuenta la tristeza por los que quedan ni la melancolía por la vida que dejamos. No busco explicaciones religiosas. Sólo quisiera imaginar cómo será (o cómo me gustaría que fuese) el Paraíso. ¿Podrá ser a gusto, un diseño personalizado para cada uno?
A mí me gustaría encontrarme con un mundo sin relojes, donde no haga demasiado frío ni excesivo calor, que tenga buena luz, un poco de sol y poca gente alrededor mío. O mejor, una especie de club de playa. Un mar sereno y transparente, con pececitos de colores y estrellas de mar. Sombrillas de paja bajo las cuales me pueda sentar a charlar tranquilamente, tomar un café o leer sin apuro. Caminar por la arena a la puesta de sol, mirar las estrellas por la noche mientras Lennon canta en un fogón. Que haya bares donde cante Elvis, Pavarotti o María Callas, donde Cobain toque la guitarra y el Gato Dumas cocine y yo lave los platos, no podría estar sin trabajar en algo.
Ahora, el Infierno.
El castigo debería pegarnos donde más duele, por ejemplo en el egoísmo, el orgullo o la avaricia. La condena para mí, que soy tímida y miedosa, podría ser nombrarme conductora de un programa de televisión ómnibus que presente grupos de cumbia. Tener que hablar en público, mientras todos me ven, con música que no me gusta, eso sí me haría sufrir. Se me ocurre otra: ser movilera de un noticiero y tener que empujarme con otros cincuenta para acercar un micrófono, gritarle preguntas a alguien que no quiere contestar... o quedar en medio de un tiroteo.
¿Se animan a pensar sus Cielos e Infiernos personales?
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