Vacaciones al paraíso: desconexión digital y conexión con mis hijos
Una nueva columna de Josefina de Cabo, esta vez, desde sus vacaciones en Brasil. Una vivencia de la "maternidad conectada" con sus hijos y los efectos que eso tiene en ella y en toda su familia.
6 de octubre de 2022
Vacaciones en Brasil: conectar con mis hijos - Créditos: Getty
Esta columna (o mejor dicho esta columnista) está de vacaciones. Pero ni por eso ustedes, queridas lectoras, quedarán sin leer las maravillosas y profundísimas reflexiones de cada semana (¿?). Así que hoy les escribo desde un paraíso tropical, entre cerveza y cerveza (helada, como solo los brasileños saben tomarla). Sabrán disculpar si esta hay un tren de ideas un tanto disperso, entre la humedad, las palmeras y la mencionada cerveza estoy un poco así.
Cuando saqué los pasajes para este viaje decidí que iba a ser un viaje de desconexión y conexión. O sea, desconexión del trabajo, de la vida diaria y todo lo que me pasa diariamente por encima y de conexión con mi familia, en especial, con mis hijos.
Les paso el contexto: este año tanto mi marido como yo (a veces juntos, muchas veces, él solo) tuvimos que viajar por trabajo. Qué fortuna, sí, pero qué lío. Horarios, cuidadores de hijos, heladeras que llenar. Pero, sobre todo, emociones que regular. De ellos y nuestras.
Y las emociones a esta altura del año estaban un poco desbordadas, para serles sincera. Las de ellos y las nuestras. Se notaba en nuestra mecha corta (con ellos y entre nosotros), en sus berrinches y en la sensibilidad extrema que flotaba como una nube en nuestra casa.
Así que armé tres valijas y nos subimos a un avión (bueno, dos aviones, dos taxis y un ferry) que nos trajo al paraíso. Un lugar donde todos son felices como perdices y donde parece no haber una preocupación en el mundo. Acá no importa tu color de piel, el tamaño de tu cuerpo, tu opinión política ni qué religión practicás. Acá somos todos iguales y, lo que nos une, es el ferviente deseo que el día esté cálido y soleado para disfrutar del lugar hermoso que nos cobija.
Volviendo a mis hijos, desde que me subí al taxi en Buenos Aires abandoné el celular. Modo avión, sin wifi. Sólo para sacar fotos o grabar algún video. A la noche comparto con mi mamá lo que documenté en el día. Fin. Ellos lo sienten. Tanto que la más grande me lo dijo así, clarito y sin vueltas: “Qué bueno, mami, que no estás trabajando así podemos estar juntas todo el día”. Sí hija, qué bueno.
La conexión plena me está permitiendo observar cosas que en la vorágine del día a día se me escapan. La necesidad de ella de conectar conmigo, la dificultad de él de aceptar el cambio, por más mínimo que sea (lo que le costó el primer día pasar de la playa a la pileta no les puedo contar), el silencio que se había instalado entre su papá y yo. Y para destrabar eso sólo hacía falta desconectar. Y no, no hacía falta tomarse un taxi, dos aviones, un ferry y otro taxi. Sólo lograr la presencia plena (sólo, dice ella, como si fuera tan fácil).
Claro que no podemos vivir en vacaciones y que cuando volvamos la vida va a estar ahí esperándonos tal cual la dejamos con todos los asuntos y complejidades que la componen. Pero volvemos renovados para enfrentarla de otra manera, aprendiendo empíricamente que para estar con nosotros sólo necesitamos estar con nosotros: presencia plena, ahí está el desafío.
Desde la pileta reclaman mi presencia al grito de “mami, vení, mirá lo que hago”. Las dejo hasta la próxima, otra vez enfrascada en la rutina, pero, ojalá más presente.