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Violeta Gorodischer habla sobre la pérdida gestacional en su nuevo libro, Desmadres

La periodista y escritora pasó por una experiencia de duelo gestacional antes de ser madre de Rita. En su nuevo libro aborda la maternidad a partir de una investigación y del relato de su vivencia de la pérdida.


Violeta Gorodischer publicó Desmadres

Violeta Gorodischer publicó Desmadres - Créditos: Alejandro Guyot, para LA NACION



Cuando estos días Camila Crescimbeni, diputada por la provincia de Buenos Aires, fue aplaudida por los legisladores que le daban fuerza y la reconocían por estar ahí presente a pesar de estar transitando el duelo por la pérdida de un bebé, esas palmas también fueron una manera de hacer sonar un tema doloroso que se hace aún más por estar tan silenciado en general: el duelo perinatal.

Violeta Gorodischer (ohlalera de la primera hora para quienes recuerdan los inicios de la revista cuando ella era redactora) pasó por una experiencia de duelo gestacional antes de ser madre de Rita. En su nuevo libro, Desmadres, aborda varias de las dimensiones de la maternidad a través de investigación y del relato de sus vivencias personales, incluida la de la pérdida.

Consultada al respecto, Violeta Gorodischer nos contó:

“Desmadres es un libro nacido a partir de preguntas. No las que se gestaron en paralelo al embarazo de mi hija, sino las que aparecieron un tiempo antes (y también, claro, las que llegaron al convertirme en mamá). Como cuento en la introducción, tras una pérdida gestacional previa, ocurrida en el segundo trimestre, yo tenía que desviar la vista ante las embarazadas. Me rodeaban en los lugares más inesperados para recordarme que había quedado en un limbo, un devenir-madre interrumpido que dolía demasiado y que, además, me arrojaba a un lugar bastante difícil. De pronto, yo me había transformado en una mujer que no encajaba en los casilleros que nos tienen reservados desde hace siglos. Quienes hayan pasado por esto o conozcan a alguien en esa situación lo saben: encarnar el tabú opuesto a “la dulce espera” es desgarrador, pero también puede iluminar zonas que hasta entonces habían pasado desapercibidas. A mí, por ejemplo, haber vivido esa experiencia antes del nacimiento de mi hija me hizo prestar especial atención a los discursos que (sobre)circulan en torno a las madres y a los inquietantes silencios que, por el contrario, imperan en torno a las pérdidas.

Ahora, que aún transitamos el mes de concientización sobre el duelo gestacional y perinatal, comparto algunos fragmentos de ese capítulo en el que narro mi vivencia, alternada con las de otras mujeres y bastante información sobre el tema. Mi anhelo es que mi escritura tenga implicancias concretas tanto en el sistema médico como en las personas que hayan vivido o estén transitando el proceso y sus respectivos entornos. Porque sucede mucho más de lo que se cuenta, porque las estadísticas médicas solo lo registran a partir de la semana 22 de gestación, y porque cualquier pérdida de un embarazo deseado, sea en el estadio que sea, merece ser legitimada y salir del silenciamiento colectivo”.

Violeta Gorodischer publicó Desmadres

Violeta Gorodischer publicó Desmadres - Créditos: Planeta

Desmadres: fragmentos del libro

  • “Los pronósticos fueron unánimes: el feto estaba lleno de agua; imposible sobrevivir. Sólo quedaba esperar y “aprovechar” el tiempo para hacerme nuevos estudios y así encontrar la causa de esa patología llamada hidrops. ¿Pero cuánto?, les preguntábamos a los médicos. Todos respondían que poco, seguro poco, aunque no precisaban. Así que los días siguieron, pero nosotros quedamos suspendidos, de cara a un final anunciado que no podíamos –no queríamos- aceptar. Hasta que un lunes, dos semanas después del diagnóstico, a las seis de la tarde, justo al final de mi último análisis, la espera terminó”.

  • Con acompañamiento familiar, psicológico y el sostén de mi compañero, decidí hacer una expulsión vaginal mediante una inducción, lo más seguro para mi propia salud reproductiva. Decisión compleja si las hay. Escribí libros de ficción, trabajo de periodista, edito textos ajenos: las palabras son mi hábitat natural desde hace años y, aun así, se me escurren de las teclas cuando intento armar un relato sobre esa tarde en la que el tiempo perdió sus dimensiones. Supongo que es eso que llaman lo Real: chocar de frente con una oscuridad tan aplastante que el lenguaje ya no resulta suficiente.

  • En medio del caos, en efecto, yo también llegué a investigar. Y en un rapto de lucidez, alcancé a pedir que no me internaran en una sala común de maternidad, algo en lo que nadie había reparado hasta entonces. Fui una privilegiada por conseguirlo, pero no lo supe hasta mucho tiempo después. En ese momento no pude, no quise ver.

  • Tal vez una de las cosas más inesperadas para quien vive una situación así sea la reacción del entorno. Familiares y amigos evitan hablar del tema por incomodidad, angustia o simple desinformación y toda esa construcción simbólica previa, de la mujer como madre, del hombre como padre y del feto como hijo, se desvanece en el aire como si nunca hubiera ocurrido. Al dolor que experimentan, entonces, quienes pasaron por una pérdida gestacional o perinatal deben sumar algo más: la expulsión al áspero territorio de lo innombrable. Deberán bajar la cabeza y atravesar como parias un duelo que no está legitimado socialmente. 

  • La llamada “lactancia en duelo”, de hecho, es para muchas mujeres una manera de elaborar lo que les ha ocurrido, una última conexión con el bebé que llevaban en el vientre; incluso les da cierta forma de alivio saber que esa leche podrá ayudar a prematuros que la necesitan. Pero la mayoría ni siquiera llega a ser informada de esta posibilidad.

  • Igual de angustiantes resultan la ausencia de criterios claros en cuanto a la comunicación de la noticia, la interacción con el cuerpo del feto sin vida (si pesa menos de 500 gramos no se permite verlo), la falta de acompañamiento y una larga lista de etcéteras que son toneladas de sal en la herida abierta.

  • En el enorme abanico de reacciones que van de las fotos de ecografías con el nombre del no nacido hasta ceremonias espirituales alejadas de la ciudad, los recorridos son múltiples y personales, a veces incluso contradictorios, pero siempre válidos. No hay una forma correcta de duelar. El hijo que yo iba a tener también tenía un nombre, un nombre hermoso que elegimos con mi compañero y que guardaré en mi memoria por siempre. Pero no tuve necesidad de inscribirlo en ningún lado. Y aunque hicimos, también, un íntimo ritual de despedida, agradecí en aquel momento la terminología médica que se refería a él como feto, la posibilidad de hablar de un embarazo perdido.

  • Regresé al trabajo después de una breve licencia, pero no quería ver a nadie. Aguantaba los comentarios de pésame que me daba gente que no conocía. Hubo incluso quien me preguntó si ya había sido madre, cómo estaba el bebé. Mis ojos perdidos no eran escudo suficiente para quienes yo percibía al acecho, así que me armé mi pequeña estrategia de supervivencia: evitaba miradas, no sonreía, ignoraba cuchicheos. Me volví agria para evitar situaciones que me lastimaban más de lo que podía aguantar. En el camino quedaron, también, algunas amigas que no supieron entender por qué necesitaba alejarme, permanecer en silencio, evitar chats poblados de bebitos y dejar de sentirme perdida, más bien ahogada, en cada charla sobre embarazos, crianza, futuro y felicidad. Muchos términos cambiaron su significado para mí. Otros, directamente, se vaciaron. 

  • Con mi compañero creamos un cuartel de resistencia: lo que fuera que nos estaba acechando no iba a poder con nosotros. Nuestra casa se transformó en un caparazón anti-mundo donde sólo entrábamos nosotros y nuestros dos gatos. La vida podía ser simple, acogedora. Series antes de dormir. Comidas ricas. Lecturas compartidas los sábados a la mañana. Jazmines en la terraza.

  • Me prohibí varias cosas, pero me permití muchas más: podía caer y quedarme un rato de rodillas. Podía entregarme a los silencios y las distancias, a los llantos a solas, evitar cualquier situación que me dañara hasta que una noche, de repente, me descubrí riendo por primera vez en mucho tiempo. El sonido de mi propia risa me sorprendió. Fue un chiste que le hice a mi compañero. Creo que lo asusté a la salida del baño, o algo así. 

  • A comienzos de 2018, una semana de descanso en el Tigre me sorprendió con un atraso. El test positivo no significó para mí lo mismo que para otras mujeres y hasta que no vimos el embrión latiendo no nos animamos a hablar de embarazo. Sabíamos que estábamos dando un salto de fe, pero todos los miedos y pesadillas que me habían perseguido empezaron a irse a medida que mi hija crecía en mi panza. 

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