
Adolescencia: qué nos enseña la escena más desgarradora del capítulo 4
La psicoanalista Ornella Benedetti reflexiona acerca de la serie Adolescencia, que la conmovió profundamente. La experta invita a pensar qué sucede cuando un acontecimiento inesperado deja a una familia sin respuestas.
27 de marzo de 2025 • 16:08

Adolescencia, una serie de Netflix que habilita la reflexión. - Créditos: Gentileza de Netflix
Entre los duelos más difíciles de transitar se encuentra el de un hijo. Una ausencia que no siempre remite a la muerte física. También puede aparecer frente a un hecho abrupto que modifica para siempre la vida de una familia. Algo que irrumpe, desarma lo conocido y obliga a elaborar una pérdida que no se ve, pero se siente. Eso es lo que plantea la serie Adolescencia, donde Jamie, el protagonista, enfrenta una acusación por homicidio que cambia por completo el lugar que ocupaba en su historia y en la de su familia.
La serie, que me conmovió profundamente, invita a pensar qué sucede cuando un acontecimiento inesperado deja a una familia sin respuestas. Lo notable es que no hay grandes revelaciones a lo largo de la historia, ni traumas ocultos que expliquen del todo lo ocurrido. Sin embargo, de manera inconsciente buscamos explicaciones: Queremos entender, ubicar una causa, encontrar un porqué. Pero lo que angustia, justamente, es que a veces no hay respuestas frente a lo disruptivo y frente a lo irreversible.
Uno de los aspectos más conmovedores se encuentra en la manera en que se retrata la soledad de los padres –que también sienten los adolescentes-, y la distancia que se agranda entre ambos cuando los códigos ya no se comparten.
En ese intento desesperado por entender que pasó y por elaborar esa pérdida, aparecen preguntas: “¿Qué hicimos mal? ¿Por qué con nuestra hija fue distinto?”, le pregunta el padre de Jamie a la madre, mientras ella, con crudeza, responde que “nada”. Ese diálogo deja en evidencia un gran desconcierto y la angustia que eso genera.
En uno de los momentos más reveladores, la madre dice: “Pensábamos que en su cuarto estaba seguro”. Una frase que condensa el dolor de los padres cuando descubren que el peligro no vino de afuera, sino que ya estaba adentro. Y entonces aparece el duelo. No el que se hace por una muerte, sino por la pérdida simbólica de una determinada imagen: la del hijo que creían conocer. Se duela la historia que ya no será. Y la identidad familiar que se fragmenta.
El padre, en un segundo momento, reacciona con violencia ante un insulto escrito en su camioneta (un estímulo externo). Grita. Se desborda y responde con más violencia. Pero ese enojo también puede ser interpretado como una reacción esperable en las primeras etapas del duelo. Es una defensa que surge frente al dolor que aún no pudo ser puesto en palabras. Es el enojo como la otra cara de la angustia.
A medida que avanza la historia, ese enojo da paso a otra cosa: al llanto, a la posibilidad de angustiarse, de hablar con el resto de la familia. A la fragilidad de quien empieza a aceptar que ya no hay vuelta atrás. Que hay algo que se rompió y no volverá a ser igual.
Como si eso no fuera suficiente, aparece la mirada de los otros. Los vecinos (que opinan sin saber). Ese juicio externo que la serie muestra con precisión termina de desarmar a dos padres que ya estaban rotos.
Acompañar en estos casos no implica calmar el dolor ni dar respuestas. Se trata de estar cerca. De escuchar incluso lo que no se dice. De dar lugar al llanto, a la bronca, a la vergüenza. Y, sobre todo, de no juzgar. Porque muchas veces lo más necesario no es una explicación, sino alguien que se anime a quedarse al lado, aun cuando no haya respuestas posibles.
Como terapeutas, se acompaña a los padres reconociendo que cada duelo es único y que el dolor no debe ser apurado ni minimizado. La culpa, que muchas veces aparece como un intento por entender lo ocurrido, no siempre ofrece respuestas reales, pero es parte del proceso de duelo.
Cuando el malestar se vuelve difícil de sostener, pedir ayuda profesional no es un signo de debilidad, sino un acto de cuidado. Frente a adolescentes que se aíslan o se cierran, hablar continúa siendo el mejor camino. Escucharlos con presencia real, interesarse por su mundo sin juzgar, estar atentos a lo que no dicen y construir espacios de encuentro donde puedan sentirse seguros, es parte de una tarea que no empieza con el problema, sino mucho antes.
Por Ornella Benedetti, psicoanalista. Coautora de Imperfectos y Verdades no dichas. Gentileza para OHLALÁ! Instagrams: @redpsi y @orne.benedetti
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