¿Mala madre o el lado B de la maternidad que nadie te cuenta?
Se impuso culturalmente un modelo de “madre ideal” imposible de alcanzar; los caminos para ir hacia una maternidad real, según la mirada de expertas en el tema
20 de enero de 2022 • 00:38
Una escena de The Lost Daugther (Netflix), protagonizada por Olivia Colman - Créditos: COURTESY OF NETFLIX, COURTESY OF NETFLIX
“Hacemos lo que podemos”, podría ser una excelente respuesta ante todas aquellas preguntas cargadas de mandato que desafían a la maternidad real. Una experiencia que también tiene sombras, errores, enojos y de la cual muchas veces dan ganas de salir corriendo.
La maternidad que encarna el 99,9 % de las mujeres no se corresponde con la imagen de “la buena madre” o “madre perfecta”, esa que nos dice que por instinto - ¿acaso existe el instinto materno? -, debemos sacrificarnos a tiempo completo, ser siempre buenas, pacientes y tener la palabra justa y contenedora en el momento indicado. Insostenible.
Después de ver la película The Last Daughter (La hija oscura) aparecen algunas reflexiones inevitables. La narrativa del film que tiene como protagonista a Olivia Colman trae el lado B de la maternidad, todo aquello que permanece en la cara oscura y que nos muestra como mujeres vulnerables, hartas, agotadas, y lo muestra como una parte más de ese vínculo que creamos como madres. Si bien hay amor, deseo y curiosidad, también hay miedo, egoísmo, frustración y hasta un poco de crueldad. La madre puede ser por momentos una heroína y, por otros, una villana.
Leda, una profesora de 48 años, desmitifica su rol de madre al decir: “Soy una madre antinatural”. Pero, ¿cómo debe ser una madre “por naturaleza”? El instinto materno, ¿es real o es una invención?, preguntamos a Esther Vivas, socióloga y periodista española autora del libro Mamá desobediente: una mirada feminista a la maternidad (Godot).
“La maternidad viene determinada por un contexto sociocultural histórico que asocia cuidar y criar como una tarea exclusivamente femenina, tomado del relato patriarcal donde las mujeres debemos ser madres por naturaleza”, señala. “Pero al tratarse de una construcción cultural, sabemos que la capacidad de criar y cuidar la tenemos tanto mujeres como hombres. El hecho de ser mujer no te convierte en madre ni tampoco existe un instinto materno”.
El modelo (inalcanzable) de madre ideal
La psicóloga con perspectiva de género Carolina Pena habla de la culpa de las madres por no encajar en el modelo construido de madre ideal. “Hay un sistema y una cultura completamente machista que nos dijo (sin decirlo, pero demostrándolo) que hemos de enamorarnos de nuestra cría apenas nacida, que tomará fácilmente la teta, que embellecerá día a día y que todo ese amor iría creciendo con el paso del tiempo. Una novela alejada de la mayoría de las realidades”, sostiene.
Y agrega: “Nos dijeron también que, por ser mujeres, debemos ocuparnos de nuestros hijos e hijas, que ese es nuestro rol y que debemos ponerlos como prioridad ante todo. Y ese todo puede incluir nuestro trabajo, nuestros hobbies, nuestro deseo y nosotras mismas en general”.
Entonces, como dice Pena, la maternidad real “nos cachetea” con una demanda inagotable y agobiante. Además, inalcanzable. “Esa demanda interminable nos suele enfrentar con todas nuestras sombras, incluso aquellas que creíamos que ya no estaban. Pero vuelven”, dice. Se explaya: “Vuelve nuestra infancia muchas veces complicada, vuelve la crianza que recibimos con todos los errores, aciertos, mandatos y exigencias transmitidos por nuestra anterior generación. Es ahí cuando las madres colisionan. Nos encontramos en medio del deber ser impuesto, y de lo posible”.
¿Y si no nací para maternar?
“¿Cómo es que estoy tan lejos de la que me imaginé que sería, antes de ser madre? ¿Quizás no nací para maternar?”. Estas son preguntas que escucha a diario en su consultorio la licenciada Pena. “Cada vez más me encuentro con mujeres madres llenas de culpa. Culpa por no cumplir con esos estándares de lo que una madre debiera hacer. Por no ser suficiente. Y yo siempre me y les pregunto: ¿Realmente querés ser la buena madre? Esa, ¿existe? Son demasiadas exigencias y sacrificios para una sola persona”, opina. Y enumera todos los casilleros que habría por llenar: ser buena madre, buena amante, buena ama de casa, buena en el trabajo.
La psicóloga explica los riesgos que se corren: “El problema radica en que, si todos esos ideales a los cuales aspiramos no se alcanzan, o se alcanzan a medias puede generarnos frustración o malestar. Incluso muchas se sienten arrepentidas por haber tomado la decisión de convertirse en madres y anhelan esa que eran antes, y como esto no está permitido ni ‘bien visto´ por el otro social, no se dice, se silencia, va por dentro y trae consecuencias”.
Culpa y vergüenza: abstenerse
Sabemos que, a lo largo de la historia, la culpa y la vergüenza fueron dos de las grandes herramientas de control que moldearon las decisiones que debían tomar, y hasta los deseos que debían sentir, las mujeres devenidas en madres. Por eso, al chocarnos con la maternidad real el espejo se rompe en mil pedazos. Lo inevitable es doloroso, aunque reconocerlo también es liberador.
“El mito de la buena madre es tóxico, indeseable e inasumible -resume Vivas-. Por eso es muy importante politizar la maternidad. Hay que entender que para tener una experiencia libre de culpa hay que cuestionarse el mandato de la buena madre. Y también es clave poder mirar las sombras porque, a diferencia de lo que nos dicen, tiene poco color de rosa y bastante de oscuridad y ambigüedad”.
Cuando Pena repasa la escena en que Leda se autopercibe como “madre antinatural”, se muestra en desacuerdo. En cambio, ella la considera a Leda como una mujer que colapsó y que no contó con una red que leyera los signos previos del colapso. “Nadie pudo acompañarla amorosamente. Cada vez caía más presión en sus hombros, hasta que no pudo más y eligió su trabajo por sobre su familia. Eligió también otro vínculo por sobre ese. Lo que hacen miles de hombres que se denominan padres: no hacerse cargo, ni amorosa ni económicamente. Desaparecer. ¿Pero quién podría juzgarlos? Si ese rol es de la mujer”, resume.
Cualquier madre, incluso cualquier mujer que haya tenido niños al cuidado por un día o más, sabe que maternar no tiene nada que ver con el color rosa.
Nos quedamos con la reflexión final que hace Pena: “Siempre tendremos cosas que aprender y otras que desaprender (muchas), pero con la culpa de por medio todo cuesta mucho más. Por eso es clave que las madres puedan compartir todo lo que sienten al respecto con otro que no juzgue y que empatice. La culpa así se va diluyendo en la red que sostiene. Habrá un momento en que podremos mirarnos y preguntarnos: ¿Qué quiero hacer? ¿Qué necesito? ¿Qué me hace mal? Así, podremos ir construyendo un modo de maternar más amoroso y armonioso con la mujer que somos, más saludable e incluso más feliz para nosotras y nuestra descendencia”.
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