Jose de Cabo y Jerónimo Freixas: así empezó su historia de amor
Jose de Cabo es actriz y mamá de Rita y Ramón –de 7 y 4–, y está, desde hace 18 años, en pareja con Jero Freixas, con quien compone un dúo de comedia que la rompe por el mundo. Charlamos con ella... ¡sobre todo!
6 de junio de 2023
jero-freixas-y-jose-de-cabo-4.jpg - Créditos: Sol Schiller
Perdón, Jose, pero lo primero que nace preguntarte es... ¡¿cómo hacen?!
¿Nosotros como pareja? No, no lo recomendamos. A nadie. Es muy difícil.
Comparten el 100% de sus proyectos...
Todo. Es agotador. Nos matamos. Pero ¿te lo voy a mostrar?
¿Son chisporrotazos o desacuerdos de fondo?
De fondo está todo bien. Lo que pasa es que el fondo, en la diaria, queda –justamente– de fondo. Tenemos dos hijos chiquitos, demandan un montón. Hoy, por ejemplo, Ramón no quiso ir al jardín de la mañana. Él va a dos jardines, porque tiene demasiada energía. Entonces, a la mañana va a uno rodante de juegos. Hoy no quiso ir y no hubo manera. Me dice Jero: “No hubo forma”. Él tenía que ir al médico y otras cosas, pero se tuvo que quedar con el pibe en casa. Rita está saliendo, a sus 7, de la demanda física. Ahora entra más en la etapa de la demanda mental.
¿Cómo sería eso?
Los hijos siempre demandan. Al principio, mi teoría es que lo que más demandan es tu cuerpo, tu presencia, tu abrazo, como Ramón, que lo puso a jugar al fútbol al padre hoy en casa. Cuando salen un poco de esa etapa, empiezan a demandar más cabeza. Se peleó con un amigo..., ¿cómo la ayudo? Es más ayudarlos a moverse en este mundo... Eso siento yo en mi corta maternidad.
¿Para vos qué es más sencillo?
La mente. Por eso me costó tanto estos años. ¡Espero que ahora empiece a ser más fácil! Jero es más del cuerpo. Se tira al piso, juega con ellos. En la playa, él hace castillitos, corre, se mete al mar, junta caracoles, yo me siento a leer. Por ahí vienen los chicos y me dicen: “Mami, ¿me leés?” y yo les leo lo que estoy leyendo. Hago lo otro, pero no pongo el cuerpo a full como Jero.
O sea que lo de sentar la cola en el piso a jugar...
No soy yo. Y eso me generó un montón de culpa al principio. Porque todas las especialistas te dicen “cola en el piso”. Y te dan un montón de culpa, porque quizá vos no sos la mamá de cola en el piso, sos otro tipo de mamá. Yo soy re cariñosa, de upa. Ramón es todavía la extensión de mi cuerpo a los 4 años, soy re física, pero en otro sentido, no soy la mamá de armar bloques, pistas, la que te juega con la muñequita. Quizá me siento en el piso a leer. O a charlar, o a pintar.
¿Cómo hiciste con esa culpa?
Nada. Un día dije: “Pará, hago otras cosas yo”.
¿Con quién lo hablabas?
Hice mucha terapia. Yo hago mucho trabajo personal. Jero me dice: “Vos nadás demasiado en tu caca”. Y yo le digo: “¡Bueno, sí!”. Una vez me dijeron, en una de estas terapias que hice, que tenía que ver con mi carta natal, “es que vos sos Géminis con ascendente en Sagitario”: no hay manera de que no nades en tu caca. Siempre queriendo evolucionar, expandir, la inquietud...
¿Sos amiguera como muchos sagitarianos?
Mmm, la amistad me cuesta un poco. Estos últimos años siento que la estoy perfeccionando, dirigiendo; “acá quiero estar, acá no”. Sufrí en un momento no ser tan amiguera, pero lo mismo: hurgué en mí misma hasta aceptar que así soy. Tengo poquitos amigos, buenos. Lo social me cuesta.
¿Sos introvertida?
Sí..., o tímida.
Alexandra Kohan cuestiona por qué hay que “vencer la timidez”, como si fuera algo negativo e indeseable.
Creo que ahora se está dando más valor a la introversión.
¿Cuándo te diste cuenta de que eras introvertida?
Hace unos años. Antes pasaba por tímida, pero no lo soy. Más bien me identifico con ese “hacia adentro” que tan bien muestran los memes. Esa dificultad para la interacción, lo que me hace pasar por antipática. Y, a la vez, una facultad para percibir qué les pasa a los demás. Tengo que encontrar ese equilibrio entre respetar quien soy y no ser antipática.
Sos muy activa en redes, ¿te consumen un poco?
Sí. Por eso empecé a acotarlas. La vida pasa por fuera de las redes. Me estaban sacando tiempo y energía, cuando la verdad es que mi trabajo es otro. Soy actriz y escribo y soy mamá. Obvio, son una ventana que alimentar, pero no la fundamental. Cuando quiero, estoy; cuando no quiero, no. Y soy mucho más feliz. Pero sigo teniendo trabajo y me queda cabeza para cosas más necesarias.
Jose de Cabo, actriz, columnista de OHLALÁ! - Créditos: Mariana Roveda
La pasión por el teatro
¿Cuándo supiste que querías hacer teatro?
Un invierno, yo estaba en cuarto grado, se estrenó Chiquititas, que usaban zapatillas Topper, que era de Alpargatas, donde trabajaba mi papá, así que conseguía entradas. Ahí estaba yo, fila 4. Me senté en el Gran Rex, se me caían las lágrimas de solo estar ahí, en esa sala. La energía de los nenes emocionados, las vinchas, las banderas... Estaba en la función y lo único que podía pensar era “yo quiero estar ahí”. Tendría 10 años. Me acuerdo de que salí del teatro y le dije: “Ma, ¿cómo se hace?”. Para mí era tan ajeno... Mi mamá, docente –menos idea–, me dice: “Mirá, no sé”. Nunca pensó que fuera realmente genuino que yo quisiera hacer eso por el resto de mi vida. Pero igual me anotó en clases de baile, teatro en el cole, comedia musical: todo lo artístico que se podía hacer en un contexto así, pero no me mandaron a la escuela de Julio Bocca. Dentro de lo que sus mentes les permitía aprehender, hice todo lo que se podía hacer.
Cuando les dijiste a tus viejos que querías estudiar teatro, ¿qué onda?
No estaban contentos. Ella era maestra, mi papá, ingeniero. Les dije que no iba a estudiar Comunicación en la Austral y no estaban contentos, pero me pagaron toda la universidad, sin chistar; fueron a todas las muestras: me apoyaron.
¿Disfrutabas la carrera?
Muchísimo. Me acuerdo de ir con mis compañeras del colegio a un cumple. Estaban todas con el jean de Rapsodia que se usaba. Y yo venía de la facu, porque salía tarde. Llegué ya entrado el almuerzo, estaban todas con las alitas y yo caí con babuchas y remera, porque hacíamos muchos ejercicios con el cuerpo. Y una me miró y antes de decirme “hola”, me dijo: “¿Así vas vestida a la facultad?” Y yo: “Sí, si voy como vos estoy re incómoda”. Y me abrió la cabeza a un mundo.
Cómo conoció a Jero Freixas
Jero Freixas, actor. - Créditos: Mariana Roveda
Y en esa facultad, aparece Jero...
Sí, en primer año.
Una no se imagina toda esta formación que tienen... Ahora entiendo el profesionalismo con el que laburan.
Hay laburo atrás. Jero, cuando terminamos la función, siempre cuenta un poco esto: “Nosotros somos actores de teatro; nos educaron para actuar en el teatro. No es que salimos de las redes sociales y dijimos ‘Vamo’ a chorear con una obra’”.
¿Te parecía lindo, Jero?
Sí, fue –real– amor a primera vista. Él siempre dice que él también, pero no.
Contame la primera vez que lo viste.
Te cuento –él cuenta lo mismo, pero cambiando los roles–: yo estaba sentada en la escalinata de la facultad. De repente, lo veo entrar. Les digo a mis amigas: “El rubio”. Venía fumando, él. “Te parece?”, dijo una. “Me re parece”. Se sentaron él y sus amigos en la otra escalinata. Él cuenta la misma historia al revés, diciendo que era él el que estaba en la escalera y yo la que entré: me roba mi historia. Mi más amiga, la Negra, se lo cruzaba seguido... Yo, ni lerda ni perezosa, me pegué como plasticola para tener un vínculo con este ser. Un día descubrí que su hermano estaba de novio con una conocida mía.
¡Ah, alto laburo de espionaje!
¡Sí! Pero ni bola me daba él. Yo pensaba: “A este pibe no le llego con nada”. ¡Remé, remé el año entero! Hasta que, cuando empezamos a hablar un poco más en la facu, me enteré de que él estaba con alguien. Así que sorora ante todo, no dejamos que pasara nada entre los dos. Al tiempo después, me entero de que esa relación había terminado. “¿Cuántos minutos puedo dejar pasar hasta lanzarme a la yugular de esta persona?”, pensé. Me hice la distraída, entré al bar de la facu donde él estaba tomando café... ¡Y acá estamos!
Se te ilumina la cara recordando.
Ay, sí, lo amo. No lo puedo evitar.
Bueno, ¿por qué lo ibas a evitar?
Me gustaría tener sentimientos menos intensos. En todo. Así como vas para arriba intenso, vas para abajo intenso. Hay que aprender a ir surfeando en la media.
18 años es mucho tiempo. ¿Pensás “qué genios somos”?
Sí, pero a la vez digo: “Ya vamos un montón de tiempo y a la vida le quedan un montón de años... ¿Cómo vamos a hacer?”.
Una amiga puso en los anillos de boda “sólo por hoy”.
Me parece muy sabio. Es como los adictos que se están recuperando: “un día a la vez”. El matrimonio es lo mismo. Hoy te elijo. Ayer te elegí, bueno, hoy te voy a elegir, porque aparte qué bardo, qué fiaca. Construí una casa el año pasado. Si no lo elijo ahora, es un quilombo... (risas).
La llegada de los hijos
Se tomaron un tiempo antes de tener hijos.
Tuvimos como diez años para conocernos, sí. El deseo llegó después. Y también nuestro modo de crianza, que dice que primero te tenés que casar. Encima Rita tardó en venir, así que hubo algo del deseo que se construyó en ese periodo.
¿Fue muy frustrante?
Muy. Para mí fue muy difícil. Y eso que no fue una situación extrema. Solo llegué a hacer estimulación ovárica. Lo quiero aclarar porque sé que hay gente que está diez años... Pero sí, cada menstruación era un drama y, con un diagnóstico de ovario poliquístico, saber que la “falla”, entre mil comillas, era mía y ese deseo no lo podés apagar...
¿Qué es lo más importante en un compañero?
Que no te pise el brote. Que te acompañe en la concreción de tus deseos y tus metas. Eso, para mí, es lo fundamental. Después, si conseguís la clave de una buena relación que se sostenga en el tiempo, chiflame. Por ahora, en 18 años, no descubrí la pólvora ni mucho menos. La voy buscando día a día. Busco sobrevivir cada día junto con mi compañero.
¿Y vos? ¿Qué clase de compañera buscás ser?
Busco apoyarlo en sus deseos y sueños. No ser pisabrotes porque la vida toda está dirigida por tu deseo, tu ambición y tus sueños, entonces, si alguien te anula eso, te anula todo. Intento ser pata, acompañar y escuchar.
¿Qué apoyos tenés para maternar?
Mi gran apoyo es el papá de mis hijos. Tengo la suerte –no deberíamos decirlo así, pero todavía no nos desprendemos de los patrones anteriores– de que él se involucre en la mapaternidad; está muy presente en el día a día, no solo en las decisiones importantes. Sino también en qué comemos, tener todo para el cole, esas cosas chiquitas que después se suman para agobiar. De hecho, ahora está en las actividades extracurriculares de los chicos. También tengo a mi mamá que se ocupa muchísimo, que si viajo se viene a vivir a casa con ellos, que les borda los nombres en los uniformes, forra los libros..., cosas que parecen pavadas, pero que si se acumulan, nos agobian a las mamás.
¿Sabés pedir ayuda?
Sí. No sé si es una virtud o un defecto. Soy la que si no llega a buscar, manda un mensajito en el chat del cole para que me los retiren, o pido si me los llevan a un cumple. No me da vergüenza porque yo también estoy lista para darla. Así que no tiemblo con esas cosas.
¿Te apoyás en lecturas y expertos en crianza o sos más de seguir tu intuición?
Hago un mix. Leo muchísimo todo lo que puedo sobre crianzas, pero cuando siento que no tengo herramientas, voy a profesionales o expertos y otro poco, con toda esa info que recolecto hago una síntesis. Si una situación me sobrepasa, no me da pudor decir “hasta acá llego”.
¿Por qué creés que hoy se está hablando tanto de maternidad y crianzas?
Entiendo que hay que hablar para llevar a la acción, que es necesario después de tanto silencio, para visibilizar lo duro que es maternar. Pero estoy esperando que se balancee. Hablamos que si tienen que comer así o asá; que si hay que respetar esto o lo otro. Al final nos concentramos en la teoría y no en la práctica, en hacer eso de lo que estamos hablando, en poner el cuerpo. Cuando hablamos tanto, aparece el juicio y la comparación, eso no está bueno. Mejor sería apoyarnos y bancarnos en esto de criar a los adultos del mañana.
¿Tenés una misión como mamá?
Mmm, no sé. Ni sé si alguien la tiene. Creo que está bueno quitarle peso a la maternidad. Ya ser mamá es un montón. Criar hijos sanos –mental, emocional y físicamente– es una tarea titánica. Si a eso le ponemos encima una misión, es como mucho. Prefiero pensar que hago lo mejor que puedo para que mis hijos sean seres humanos sanos –en el sentido más amplio de la palabra– y felices. Si son adultos empáticos, generosos, con vínculos sanos, ya me doy por súper hecha.