
Patricia Faur: “El amor es para valientes, cobardes: abstenerse”
Charlamos con Patricia Faur, psicóloga especialista en dependencias emocionales, sobre las relaciones de pareja y cómo construir vínculos sanos.
2 de marzo de 2025

Patricia Faur: “El amor es para valientes, cobardes: abstenerse” - Créditos: Denise Giovaneli
La psicóloga, docente y escritora Patricia Faur, entiende como nadie las vueltas del amor y los vínculos tóxicos. ¿Alguna vez sentiste que das más de lo que recibís? ¿Que no podés soltar una relación aunque te haga mal? En esta entrevista, Pato nos cuenta cómo las heridas de la infancia nos llevan a veces a la dependencia emocional, a olvidarnos de nosotras mismas por miedo al abandono y a negociar lo innegociable.
También hablamos de temas que seguro te suenan: el ghosting, el narcisismo, la presión de estar en pareja y lo difícil que es aprender a poner límites. Con su estilo claro y directo, la autora de best sellers como El amor huele a tostadas nos deja en claro en esta charla que amarse a una misma es el primer paso para construir vínculos más sanos y reales.
¿Qué sería una persona con dependencia emocional?
En general, son personas que vienen de historias de padres fragilizados por algún motivo, que fueron infantiles, narcisistas, con mucha dificultad para cuidar y hacerse responsables de esos niños que terminaron sobreadaptándose y convirtiéndose en niños adultos. Entonces llegan a la adultez con el termostato un poco roto, se pasan de rosca, se van corriendo los límites. Hacen una sobreoferta en las relaciones, dan más de lo prudente. Conocen a alguien por una aplicación, lo vieron tres veces y ya lo invitan a vivir a su casa y se ocupan de las hijas que tuvo con la expareja. Cosas que son absurdas para cualquier otro, un dependiente emocional las hace.
¿Cómo se gestan esos perfiles con dependencia emocional?
En principio, digamos que son apegos patológicos. El apego no es una mala palabra, todos tenemos apego en nuestras relaciones. Aquello que se trabaja en los primeros años de vida entre el bebé y su cuidador o cuidadora define de algún modo el patrón vincular que puede llegar a tener el día de mañana. Hay un estilo de apego que es el apego seguro, el que todos querríamos que un niño tuviera y que, como adultos, pudiéramos tener en nuestras relaciones. Poder confiar en mí y confiar en los otros, tener autonomía, poder elegir. En esas infancias, el niño puede alejarse porque sabe que hay una base segura, que están. Cuando esa base no es muy segura porque, por algún motivo, esos padres no están del todo disponibles, ya sea por una mamá depresiva o un padre alcohólico, el niño no se aleja, se queda a cuidar de sus cuidadores. Ese patrón de apego se lleva a la vida adulta, apego ansioso, con angustia de separación. El dependiente emocional quiere que lo elijan, pero se queda atado a la ilusión de un amor, más que al amor. Como cualquier adicto, compra una ilusión en su cabeza para anestesiarse de un dolor. Tienen una historia de herida infantil que, por supuesto, se puede trabajar, pero cuando no se atiende, es muy probable que ese patrón se repita en las relaciones.

Patricia Faur: “El amor es para valientes, cobardes: abstenerse” - Créditos: Denise Giovaneli
¿Por qué creés que este tipo de patologías como el narcisismo hoy están tan en boga? ¿No existían antes?
Siempre existieron. En el libro El amor en tiempos de odio, escrito en coautoría con José Eduardo Abadi y su hija Bárbara Abadi, la pregunta justamente es qué lugar le vamos a dar al amor en un tiempo tan narcisista, tan poco empático, con fallas en el compromiso y en la responsabilidad afectiva. Vamos naturalizando cuestiones muy violentas. Hablamos del ghosting, por ejemplo, que es la desaparición abrupta de alguien con quien tuviste algún tipo de vínculo (no importa si fue de tres salidas o tres meses), que un día no te manda más un mensaje o te bloquea. Es como cerrarle la puerta en la cara a alguien, es violento, no te permiten hacer un duelo, produce una sensación de misterio y de angustia que con un mensaje te hubiera ahorrado. Genera mucha bronca que te ignoren, es violencia emocional. Imaginate la escena en una pareja en la que yo le estoy hablando al otro y no me responde. ¿Qué hago? Que el otro no me conteste es un acto loco, sin embargo, soy yo la que voy a escalar hasta desregularme emocionalmente y ponerme a gritar o a romper un objeto y quedar como una loca. Si del otro lado tengo además un narcisista, algún manipulador o alguien con características psicopáticas, indudablemente soy carne de cañón.
¿Qué le da un dependiente emocional a un narcisista? ¿Por qué suelen hacer match?
Porque un dependiente emocional está desesperado por que lo miren. Por ser validado por alguien. Si alguien no lo ama o no lo valida, siente que no existe, entonces viene volando un narcisista, lo mira y el dependiente siente que es valioso y le entrega su idolatría. Y el otro está feliz porque no le cuestiona nada, hasta que un día empieza a cuestionar o a pedir algo. Tímidamente reclama: “Che, pero yo también estoy acá, mirame un poquito”. Y el otro lo castiga: “Ah, sí, ¿me vas a pedir algo? Me voy. Tengo una fila afuera”. Y el dependiente se aterra y redobla la apuesta, lo idolatra un poquito más para que no se vaya. Empieza a negociar lo innegociable. Empieza a aceptar condiciones que no quería aceptar. Sobre todo, empieza a negociar sus valores, sus principios. Se pierde en el otro y deja de ser quien es.
La herida de un codependiente es haber tenido cuidadores frágiles en la niñez. ¿Cuál es la herida del narcisista?
La verdad es que puede ser incluso algo parecido. Tal vez tampoco fue mirado, pero se estructuró de otro modo, con un mecanismo de defensa frente a eso. La defensa fue, en todo caso, un apego más desorganizado, que es que no le importa el otro. Ahí hay una diferencia. Hay personalidades que son evitativas, pero que el otro les importa. No es que no les importe, solo es que están muertos de miedo, entonces parece que no se involucran afectivamente, pero es para no sufrir. Y sufren un montón. Porque, en realidad, sienten más alivio cuando no están en una relación que cuando están. Porque cuando están les cuesta tanto el reclamo del otro que les pide amor y no saben cómo hacerlo que prefieren irse.
Y probablemente un codependiente tiene una empatía suficiente para ver ese dolor y quedarse pegado ahí.
No solo eso, tiene esa empatía, pero aparte tiene algo más. Imaginate una niñita resolviendo cosas de adulto. ¿Qué se va generando como patrón? Una omnipotencia brutal. Decile a esa adulta que no puede con algo. Ella cree que puede con todo lo que se le ponga por delante. El otro le dice que no la quiere y no escucha eso. Dice: “Pero me va a querer. Voy a ser una geisha, voy a ser la mejor sexualmente, lo voy a mantener, voy a hacer todo. Sería una tontería que no esté conmigo si soy la mejor oferta”. Como si el amor pudiera comprarse. Sabemos que es candidata al desastre.
¿Cómo se logra retirarse de esas relaciones?
Lo que trabajamos no es tanto el retirarse de la relación, porque puede venir otra igual o peor. Es retirarse de la omnipotencia y hacerse amiga de la vulnerabilidad. Entender que, en realidad, mi vulnerabilidad me salva. La omnipotencia me lleva a la ilusión de algo que no es real, creer que puedo un montón de cosas hasta que me enfermo. Lo que empezamos a trabajar es, justamente, lo contrario a la lógica de una codependiente. Cuando no sepas qué hacer, no hagas nada. Aceptá que no siempre hay que decir que sí o que no. Existe el no sé. Permitite dudar. No hacer esfuerzo a veces es un gran signo de recuperación. No ser querida por todos todo el tiempo. Me hago amiga de la vulnerabilidad y de la vergüenza como si fuera realmente lo que me va a proteger. El codependiente crece con vergüenza, de ser quien es, de su familia, de la historia que tuvo, de su desesperación por ser amado. No quiere que se le note. Tenemos que convertir la vergüenza en orgullo. Mirá de dónde partiste y mirá a dónde llegaste. Hay que ser valiente para hablar con tus fantasmas y decir “la verdad, no me gusta lo que hago”. Porque te puedo asegurar que un dependiente emocional puede hacer, en términos de su indignidad, cosas peores de las que podemos imaginar. Como cuando un fumador que no tiene tabaco va al tacho de la basura a ver si quedó alguna colilla, un dependiente emocional también busca en la basura a ver si le dan una limosnita de amor, va mendigando por ahí. ¿Cuánto pagarías un abrazo? ¿Se compra? Un dependiente emocional hace enormes esfuerzos para pagar un abrazo.
¿Y se sana?
Sí, claro. A nosotros nos gusta decir que las personas se recuperan, porque no tenés la vaca atada. Justamente es la idea de vulnerabilidad, poder decir “me tengo que cuidar, tengo esta vulnerabilidad y sé que hay ciertas relaciones en las que, si entro, puedo derrapar”. ¿Viste cuando alguien dice “me voy a encontrar con este ex que fue una relación totalmente pasional porque hoy no me pasa nada”? Cuidado. No hace falta, no juegues con fuego, no prendas un cigarrillo cuando hace diez años que no fumás, no sos tan fuerte para eso. Hay como un divorcio entre la razón y el impulso. La emoción no puede dominarme, tengo que aprender a tener un tiempo entre el estímulo y la respuesta. ¿Te acordás de aquella publicidad que decía “me tomo cinco minutos, me tomo un té”? Algo así. Y ahí la excusa es: no puedo ser auténtica. Y no, mejor no, porque vas a hacer algo terrible si sos auténtica. Tenés que poder pensar.
¿Cómo se construye esa fortaleza de estar bien con lo que tengo, sin estar necesitando completarlo con otros?
Dijimos hace un rato que un dependiente emocional es hijo de una falta. O sea que primero hay que hacer un duelo. Hay algo que no estuvo y no va a estar. Si estoy bien en todas las áreas de mi vida, pero en lo emocional, como fui una niña adulta, ahora soy una adulta niña, caprichosa, con un berrinche, que quiero que me quiera el que no me quiere, o el que todo el mundo me dice que es infiel y pienso que conmigo va a ser distinto..., lo primero es hacer el duelo por esta niña que no fue. Tirá la Barbie. Dejemos el juego para donde hay que jugar, pero no acá. Ahora somos adultas. Hay que construirse una buena mamá interna. Si no la tuve, la voy a construir. Me voy a decir a mí misma lo que le diría amorosamente a una hija: “Sos hermosa, está bien como estás. Si alguien no te quiere así, va a haber un montón de otras personas que sí te van a querer”. Uno reforzaría eso en una hija. No le diría: “Hace más esfuerzo para que te quiera”. Sería una locura. Una persona que se acepta, que se autovalida, que se quiere, y sobre todo que ama la vida, es una persona que tiene una energía de seducción increíble. Un filósofo francés, Comte-Sponville, dice: la felicidad no es estar contento, es amar la vida. A veces podés estar triste, podés estar angustiada, pero amás la vida. Y no le cargás tu vida a nadie. Si yo le doy al otro el poder de ser el sentido de mi vida, hace una mueca para irse y me destruye. Y para el otro es pesadísimo también ser el sentido de la vida de alguien.
¿Cómo sería el amor de tu libro El amor real huele a tostadas?
La cotidianeidad, la rutina, la calma, la paz mental, tienen mala prensa. Parece que fueran aburridas. ¿Y quién dijo que un buen amor tiene que ser algo que todo el tiempo me ponga a 220? ¿Que tengo que tener todo el tiempo picos de intensidad de placer? Eso me lo da la pasión, el enamoramiento, que duran un tiempo, son efímeros. En un dependiente emocional no lo es. Se sigue intentando reeditar eso todo el tiempo y después ya no causa placer, causa dolor. El amor real huele a tostadas es hacernos amigos de las rutinas, porque hay rutinas que nos encantan, como el olor de las tostadas a la mañana, o tomarme el jugo que me gusta, o ver la cara de la persona que amo todas las noches. Es rutina, sí, pero me encanta. Nos tranquilizan y podemos jugar a cambiar, por supuesto, pero el bienestar, que sería el amor de las tostadas, se puede sostener. El placer no. El placer son picos, no se sostiene. Para sostenerlo, tiene que ser una relación tortuosa. Del infierno al cielo, todo el tiempo.
¿Y cómo identificás al que te hace las tostadas?
Algunos dicen: las tostadas se queman. Sí, se queman, pero las volvés a poner. La verdad es que identificar el buen amor no es tan difícil, porque el buen amor no te enferma, no te humilla, no te mata, no te hace tener sensaciones de indignidad. Hay conflicto, siempre hay conflicto. No hay posibilidad de ningún vínculo sin conflicto. Son los desacuerdos, las negociaciones, pero en el buen amor, claramente, yo soy feliz con tu felicidad. A mí tu felicidad me pone contenta. Yo te veo sonreír y eso me hace feliz. Y tu dolor me duele. Si eso no está, vamos por mal camino.
¿Se puede salir de al lado de un narcisista?
Es difícil, pero se puede. Y lo que es importante también es no quedarme pegada en el diagnóstico del otro. Tengo que pensar cuál es mi vulnerabilidad, por qué me quedo en lugares donde sufro. Cambiar la pregunta. En lugar de: ¿por qué él no cambia?, pensar: ¿por qué me quedo yo en lugares donde estoy sufriendo y que me hacen tanto daño? ¿A qué ilusión me quedé adicta? La ilusión es una deformación de la realidad, es distinto a la esperanza. Y los adictos se quedan aferrados a la ilusión, a algo que no es real, que no existió y que no va a existir. Lo que yo tengo que hacer es el duelo de la ilusión. A veces hay que irse sin indemnización. No va a pasar que el otro me diga “sí, tenés razón”. El otro me va a seguir echando la culpa y me voy a tener que ir con eso. Hay cosas que no vamos a saber, ni de nuestra infancia, ni de nuestra vida, ni de la persona con la que estamos. ¿Podemos vivir con el misterio? Sí, claro. Vamos a tener que hacerle un lugar. ¿Por qué alguien desapareció en mi vida y no me dio una explicación? No lo entiendo. ¿Voy a vivir toda la vida buscando esa explicación? No. En un buen amor, aun cuando discuto, la comunicación tiene que ser clara. Yo no tengo que subtitular lo que dice el otro, ni lo tengo que traducir. La ironía, la burla, a veces puede ser muy violenta.
¿Sentís que cuesta terminar de darles categoría a los vínculos?
Cuesta y siempre digo que esto que llaman “las etiquetas” es mejor. Hay una etapa en la que empezamos a hacer acuerdos. ¿Por qué no voy a poder preguntar si somos exclusivos sexualmente, por ejemplo? Quiero saber si me tengo que cuidar, quiero no sorprenderme mañana si te veo en el Instagram con otra persona. Podemos hacer acuerdos con el dinero, con el tiempo. Tengo que saber si estamos en la misma página. No es tan terrible. Tener esos acuerdos nos da libertad, porque nos permite elegir. No le tengamos miedo a preguntar, a decir lo que queremos. Tenemos miedo de decir palabras de amor porque eso nos compromete. Aunque la relación dure tres meses, un año, el tiempo que dure, no seamos mezquinos. Yo puedo decir “te amo”, y eso no me compromete a perpetuidad. Puedo acariciarte el alma con palabras. El amor es para valientes, cobardes: abstenerse. Si el otro se asusta, tendrá que verlo con su terapeuta. No le dijiste nada malo, le dijiste algo hermoso. No le dijiste “nos vamos a casar, vamos a tener hijitos, te voy a presentar a mi mamá este domingo”. Se trata de un cierto timing. Entre eso y un año y medio de “vamos viendo”, hay una diferencia.
¿Cómo se construye intimidad en una etapa tan individualista?
Una de las cosas sobre las que hablamos mucho en el libro El amor en tiempos de odio es el amor en la era digital, que cambió mucho las reglas. No solo por las apps de citas, que hoy están muriendo. En Francia hablan de burnout digital. El cerebro quemado de las pantallas. La gente está harta porque en las apps hay mentira, la gente desaparece, hacés cásting con 15, no queda nadie. Entonces empiezan a aparecer propuestas, como la del supermercado español que había que poner una piña en el changuito si estabas buscando conocer gente. No importa la manera. Hay otras aplicaciones que están teniendo éxito que proponen una cena con desconocidos. La gente tiene ganas de verse la cara. Volvieron las fiestas. Hay mucho movimiento de salir otra vez de las pantallas y vernos las caras. Basta de fueguitos, el amor no es un like.
Patricia Faur, en OHLALAND!
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