Newsletter
Newsletter

Quedate en tu zona de confort: qué pasa si desoímos la tendencia que marca salir para crecer

Hay una tendencia que nos dice que hay que salir de la zona de confort para crecer, pero ¿qué pasa si habitamos ese espacio con amorosidad y responsabilidad?


mujer descansa en casa

Zona de confort: qué pasa si te quedás ahí. - Créditos: Canva



"La bendita zona de confort que no está mal quedarse ahí para decir que no”, canta Kevin Johansen. Y es que en el último tiempo parecería que es un mandato “salir” de ahí. Escuchamos muchas veces que, para lograr algún avance significativo en nuestras vidas, debemos alejarnos de ese lugar. Existe tanta presión sobre esta idea que parecería que la zona de confort es un lugar oscuro de mediocridad y estancamiento. 

Pero a veces esta exigencia, aun con la mejor voluntad, peca en reproducir los modos de la producción industrial, donde lo único que vale es ser productivas y competitivas. Esta idea es muy limitada, estresante y solo ve la zona de confort como la postal de un sillón y nada más. Pero ¿para todos es igual? ¿Qué tiene de malo sentirse cómodas? ¿Comodidad y progreso son excluyentes? En esta nota, de la mano de nuestra experta consultada, la licenciada Inés Dates (@ines.dates.viviendo), te invitamos a adentrarte en tu zona de confort y descubrirlo. 

¿Qué significa “zona de confort”? 

En 1995, la psicóloga Judith M. Bardwick la definió como “un estado conductual en el que una persona opera en una condición neutral en cuanto a ansiedad, usando un conjunto limitado de comportamientos para ofrecer un nivel constante de rendimiento”. Ella propone este término en su libro Danger in the Comfort Zone: From Boardroom to Mailroom, donde analiza cómo permanecer en este lugar puede llevar a una falta de crecimiento y dinamismo en los empleados estadounidenses. Y es acá donde empezamos a cargar negativamente la zona de confort, detrás de una lógica productivista, donde el desprecio al confort en sí mismo conlleva una mirada de explotación y exigencia. 

El confort en sí no tiene nada de malo. De hecho, en este mundo convulsionado y acelerado, es casi un lujo poder habitar el confort. Ya sea material, espiritual o mental (o todas las anteriores), siempre está asociado a nuestro bienestar. La zona de confort es, en esencia, ese lugar donde nos sentimos a gusto, seguras y en control. Es donde las cosas nos salen fáciles, sin tanto esfuerzo. Esto reduce el riesgo y, por ende, el estrés. Crea un estado psicológico de seguridad mental y minimiza la angustia.

Pensado así, es casi un deber moral aspirar a tener esta zona, aspirar a una vida placentera, en la que nuestros derechos estén garantizados. Más que salir de la zona de confort, deberíamos hacerla más grande. 

Habitá tu espacio 

Tu zona de confort es una parte integral de quien sos. Pero el quid de la cuestión es que no es igual para todos. Quizá para vos sea tirarte en el sillón a ver una peli de Netflix, pero para otra persona implique salir a correr tres veces por semana. Para otra será quedarse en el mismo trabajo toda la vida y para su amiga, armar un emprendimiento. No somos todos iguales, por suerte. 

Katharine Cook Briggs y su hija Isabel Briggs Myers desarrollaron, en 1940, el Indicador Tipológico Myers-Briggs (el test de las 16 personalidades), que aún se utiliza en la actualidad. Este indica que hay personas más introvertidas, otras más extrovertidas, algunas más guiadas por la razón y otras por los sentimientos. ¿Qué implica esto? Que para cada una –según su personalidad y temperamento–, la zona de confort tendrá diferentes ingredientes, componentes y distintos desafíos. No podemos suponer que hay una forma mejor que las otras. Y, de vuelta, no te quedes con la idea de que confort es sinónimo de quedarse en la cama y comer un chocolate. Cada una tendrá que construir (y defender) su propia y única zona de confort. 

Encontrar tu espacio de calma, disfrute y felicidad es una tarea personal. Tu zona incluye elegir cómo querés vivir. Si vos estás confortable, moviéndote, adelante. Si preferís una playa caribeña, también está bien. El confort es acompañarte en lo que para vos es valioso. 

Nuestro refugio seguro 

“Mirá a tu alrededor, ¿hay algo que no esté diseñado para hacer tu vida más cómoda? Sillas, mesas, almohadas, el control remoto, la encuadernación del libro que estás leyendo, el diseño de tu pluma; todo está pensado para hacer que tu vida sea más cómoda. La zona de confort es ese lugar donde estás a salvo y a gusto, donde no hay estrés. Es el lugar donde podés ser vos mismo sin sentirte amenazado. Es tu hogar interno, tu santuario, tu lugar seguro, donde podés estar en confianza y, sí, cómodo”, escribe Kristen Butler en su libro Tu zona de confort positiva, donde abraza este concepto y propone que, para lograr una vida plena, lo habitemos al 100%, todos los días de nuestra vida.

Crear una zona de confort es una forma saludable de adaptación para nuestras vidas. Es el lugar al que acudimos para recargarnos en un mundo en constante cambio. Es ese espacio en donde encontrás descanso, recuperás la energía y no tenés que resolver nada. Implica familiaridad, seguridad y protección. Este espacio imaginario nos provee de tranquilidad, un bien muy cotizado en estos tiempos. Nos ayuda a mantenernos, en cierta medida, emocionalmente equilibradas, libres de ansiedad, de estrés y preocupación. 

 

Y eso, acaso, ¿está mal? ¿Por qué pensamos que siempre hay que pedalear para ir a algún lado? El mundo ya es un lugar lleno de estímulos que nos lleva de acá para allá, que nos arrastra, y tiende a sacarnos del confort. Entonces, si donde estás es un buen lugar, defendelo. Que no sea que por exigencia o por mandato, por ver lo que no tenés, pongas en riesgo lo que sí hay, lo que sí sos, lo que sí lograste. 

A diferencia de lo que nos quieren hacer creer, permanecer en nuestra zona de confort no significa que no crecemos como seres humanos o profesionales. Al contrario. Al sacrificar la alegría en busca del crecimiento, te olvidás de que el crecimiento debería hacerte sentir viva y que, cuando alcances tus metas, deberías sentirte llena de energía, incluso emocionada, y no agotada y desgastada.

La zona de confort hay que construirla y cuidarla, ya que nos invita a dejar de “ser productivas”, en el sentido clásico capitalista del término. Nos abre a otro tipo de hacer, más creativo, menos exigido, más asociado al placer. De ahí pueden surgir cosas maravillosas. 

Ensanchá tu zona de confort

En el mundo moderno, las amenazas que percibe nuestro cerebro tienen menos que ver con el daño físico (enfrentar a un depredador) y más con nuestro ego. Pero, a veces, ese miedo puede paralizarnos y, aunque creemos que estamos en una zona de confort, en realidad estamos en una zona de resignación y estancadas. Pero ¡ojo! Entre tus zonas de diferentes proyectos, no es que uno sea confort y el otro no. Todos tienen confort, esfuerzo y ganas. Entonces, preguntate: ¿cuántos desafíos incluye tu zona de confort? ¿Cuánta dificultad hay en cada uno de tus proyectos? ¿Cómo hacés para producir ganas? Acá, de nuevo, la respuesta es personal y depende del temperamento de cada una.  

Rhonda Britten, fundadora del Fearless Life Institute, desarrolló un modelo que explora la noción de “zonas” y cómo podemos experimentar crecimiento si expandimos conscientemente nuestra zona de confort. “No nos deshacemos de las zonas de confort. El objetivo es tener la zona de confort más grande posible para que puedas dominar todas las áreas de tu vida. Cuando es amplia, podés asumir riesgos que realmente te transforman”, asegura. 

¿Qué ocurre en cada zona?

  • La zona de confort: acá podemos conservar nuestra energía y no tener que resolver todo. Pero también es importante considerar cuánto tiempo pasamos en comodidad y en qué nos enfocamos para crecer. En la zona de confort estamos felices y contentas, pero ¿somos desafiadas? Nos mantenemos seguras, pero ¿estamos estimuladas? La clave es expandir y construir a partir de tu zona de confort.

  • La zona de estiramiento: acá se encuentran todas las cosas que podríamos hacer pero no hemos hecho. Esto podría deberse a la falta de motivación, claridad o intención. Cuando lo intentamos, se siente difícil. Sin embargo, cuando damos el paso, ¡se siente genial! Nos da una recompensa inmediata y una sensación de logro. Hicimos algo difícil y estamos bien con ello. 

  • La zona de riesgo: hay cosas en las que no estamos seguras de tener éxito. Hay un elemento de riesgo debido a lo desconocido, implica avanzar y probar algo diferente o nuevo sin importar las consecuencias. Puede ser aterrador, pero enormemente gratificante, ya que nueve de cada diez veces el riesgo valdrá la pena, y esa una vez de cada diez, aprenderemos y creceremos.

  • La zona de estrangulamiento: provoca un miedo intenso, un gran temor al fracaso, una actitud de “todo o nada”. Este es el paso más arriesgado y puede parecer muy difícil de alcanzar, pero si se logra, los beneficios serán enormes, duraderos y de gran alcance. 

A medida que comenzás a expandir, arriesgar y enfrentar tus miedos, tu zona de confort crece, y encontrás que las cosas que solían parecerte extremadamente difíciles ahora son solo riesgos. Las cosas que eran riesgos ahora son solo desafíos, y esos desafíos ahora están firmemente en tu zona de confort.

Rhonda dice: “A diferencia del establecimiento típico de objetivos, que puede ser perjudicial porque se enfoca demasiado en el resultado, expandir tu zona de confort se trata de motivarte e inspirarte de una manera que honre a toda tu persona. No es ‘voy a ser bueno en todo’, sino no tener miedo de intentarlo”.

Lucha vs. calma

Otro punto importante para tener en cuenta es que no todas las áreas de nuestra vida están iguales y hay que aprender a leer en qué momento estamos. Si recién fui mamá, quizá mi energía no esté para emprender. Si tengo un desafío muy grande (como una entrega laboral difícil), quizá necesite que mi exterior esté lo más confortable posible, para que me sostenga ante el reto tan grande y aterrador que es crear algo nuevo.

“Vivimos entre la búsqueda y el peligro, que hablan fuerte. La calma, en cambio, habla bajito. Y cuando hablan los otros dos, no la oímos. Nos pasa a todos”, explica Inés Dates, nuestra psico y experta consultada para esta nota. A la calma hay que llegar después de sufrir la falta de diversión, de importancia, de tentaciones, de exigencias: todas cosas que nos mantienen alerta. Hay que bancarse el bajón de dopamina y cortisol. Es feo, pero necesario. Es una tarea que antes era fácil, cuando se nos iba el sol y no había más que hacer.

El aburrimiento era constitutivo de la vida e inevitable. Ahora siempre tenemos algo que hacer y estamos agotadas. Así que no finjamos que lo único que vale es el trabajo o el consumo. Tenemos que llamar “hazaña” al descanso y estar muy orgullosas. Y habitar esa zona de descanso, calma y comodidad. Habitar nuestra zona de confort. Porque si todo el tiempo buscamos la dopamina y el cortisol, si todo el tiempo buscamos salir del confort y no atendemos los límites diarios, entonces nos enfermamos. Por eso, tu zona de confort tiene que incluir descansos, así como desafíos. Tenemos que aprender a leer el contexto y nuestros tiempos internos, para saber en qué momento estamos. 

CUANDO ESTÁS DEMASIADO CÓMODA

¿Qué pasa cuando nuestra zona de confort ya no nos da satisfacción? Se vuelve lo que Kristen Butler llama “zona de resignación”. Nos sentimos estancadas, incómodas, reina la apatía con nuestro presente y es probable que no nos sintamos a gusto con nosotras mismas. Es cuando sabés que querés algo, pero elegís lo conocido, por miedo a arriesgarte a lo que podrías conquistar. ¡Ojo! No todas las personas tienen el mismo impulso para aventurarse y saltar al vacío.

Por eso, es necesario entender y aceptar tu tiempo y tu proceso, que cambian según tu temperamento y personalidad. Modifiquemos la idea de “salir de la zona de confort” para empezar a hablar de “oportunidad de desafío”, ya que, de esta forma, abre posibilidades, mientras que la expresión tradicional es ligada subconscientemente a la mediocridad y la falta de determinación. Si donde estás no te gusta, entonces sí hay que pedalear un poco más fuerte hacia donde querés ir. 

"Hay que entrar en la zona de confort", dice el músico Kevin Johansen

Todo es relativo: ¿qué es esa zona para cada uno? Hay quienes están cómodos sintiéndose permanentemente desafiados o exigidos. Habrá otros que precisan de algún estímulo externo (o interno) para rendir en su tarea. Para mí, y concretamente para el hecho creativo, necesito estar cómodo. Idealmente, en casa, con mis amores, mi familia y seres queridos cerca. 

A veces también solo con ese hermoso silencio elegido, para encontrarse con uno mismo. Un rico vinito, una peli o un partido lindo, y mientras, la guitarra cerca. “Pensar en nada”, como cantaba León Gieco. Elucubrar ideas. Esa es MI zona de confort. El viajar, estar en movimiento, también puede incluir esa zona donde nacen las ideas. Para otros (para mí inclusive), la ducha, la privacidad de una bañadera.

 

Porque la máquina, la cabeza, “la inquilina” –como la llama David Lebón–, no descansa. Y en el caso de la música, como no se ve y es intangible, puede presentarse en cualquier momento y circunstancia. Como los escritores, que son famosos por sus manías y costumbres al sentarse a escribir. Su ron, o su trago, su luz, sus tiempos. ¡Lo más cómodos posible! Porque lo incómodo nos rodea. Akira Kurosawa decía: “El verdadero artista no desvía la vista”. Y los humanos solemos temer mirar todo, porque muchos somos algo cobardes, en varios aspectos. 

Luego, y ya siendo más crítico, me venía molestando esta suerte de corrección política respecto de tener que “salir de la zona de confort”. Escuchaba a actores, actrices y otros profesionales casi vanidosamente demostrándonos el esfuerzo que habían hecho, como si merecieran una medalla. Todos nos esforzamos para lograr objetivos, pero a veces para salir hay que entrar. Y lo difícil y lo fácil se entrecruzan.

“La ley del mínimo esfuerzo”, podía decir mi mamá. “Al que madruga, Dios lo arruga”, respondía yo. Recuerdo que cuando era adolescente, mi madre, entrando en pánico al ver que su hijo se iba convirtiendo en músico, cada tanto me espetaba: “Vago, a laburar”. Pero al tiempo, se me acercó cariñosamente y me dijo: “Ahora entiendo que, cuando andabas tirado en la cama o el sillón con la guitarra, estabas componiendo”. ¡Ahí yo ya abrazaba el hecho creativo! Sí, ahí radica mi zona de confort. 

@kevinjohansenoficial

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

Por qué bailar le hace bien al cerebro

Por qué bailar le hace bien al cerebro


por Gaby Hostnik
Tapa de revista OHLALA! de septiembre con Delfina Chavez

 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.

QR de AFIP