
El estrés atraviesa todas las edades: ¿cuáles son los síntomas y cómo detectarlos?
El 16 de abril es el Día Mundial de la Conciencia sobre el Estrés. La médica Laura Maffei, autora del libro Alicia en el país del estrés, reflexiona sobre cómo impacta el estrés en las diferentes etapas de la vida.
16 de abril de 2025

El estrés puede afectarnos a cualquier edad. - Créditos: Getty
Vivimos en una época en la que el estrés se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. Lo nombramos con frecuencia, a veces con humor y otras con resignación, pero pocas veces nos detenemos a pensar en lo que realmente significa vivir bajo estrés sostenido. No se trata solo de estar nerviosos o tener “muchas cosas en la cabeza”; el estrés crónico tiene efectos profundos sobre nuestra salud física, emocional y cognitiva, y puede pasar desapercibido hasta que se manifiesta en síntomas concretos.
La pandemia de COVID-19 marcó un antes y un después en nuestra relación con el estrés. No solo transformó la manera en que trabajamos, nos vinculamos y habitamos el tiempo, sino que también alteró nuestras certezas más básicas: la seguridad sanitaria, la estabilidad económica, los vínculos sociales, e incluso la idea de futuro. La incertidumbre se volvió estructural. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, los trastornos de ansiedad y depresión aumentaron un 25% a nivel global después del 2020. Esa ola emocional dejó una huella que todavía estamos procesando.
Para entender por qué ciertas situaciones resultan más estresantes que otras, la neurocientífica Sonia Lupien propuso un modelo muy claro y útil: el acrónimo C.I.N.E. Según este enfoque, una situación tiende a activar estrés cuando incluye uno o más de estos cuatro componentes:
- C de Falta de Control
- I de Imprevisibilidad
- N de Novedad
- E de Amenaza al Ego (cuando sentimos que nuestra autoestima o competencia están en juego)
Este modelo ayuda a comprender por qué tantos aspectos de la vida moderna —y especialmente la experiencia de la pandemia— fueron profundamente estresantes: pérdida de control, cambios abruptos, incertidumbre constante, exposición pública, exigencias emocionales y laborales en simultáneo.
El estrés se manifiesta diferente a lo largo de la vida
El estrés no discrimina edad, pero sí se manifiesta de manera diferente a lo largo del ciclo vital.
- En la infancia, puede expresarse como irritabilidad, trastornos del sueño o regresión conductual. Los niños sienten el estrés del entorno, aunque no tengan las palabras para nombrarlo.
- En la adolescencia, donde se combinan la sensibilidad biológica con la presión social, académica y digital, el estrés se vincula con ansiedad, cambios de humor y comportamientos de riesgo. Hoy sabemos, gracias a estudios epidemiológicos recientes, que uno de cada tres adolescentes reportó síntomas severos de ansiedad tras la pandemia.
- En la adultez joven, el estrés toma la forma de exigencia constante: inserción laboral, precariedad, relaciones afectivas inestables, búsqueda de logros y validación externa. Muchas personas sienten que están “corriendo una carrera” sin línea de llegada.
- Más adelante, en la adultez media, se suma la carga de sostener múltiples roles: cuidar, trabajar, producir, planificar, acompañar. Y en la vejez, aunque pueden disminuir ciertas presiones externas, aparecen otras formas de estrés vinculadas a la pérdida de vínculos, la enfermedad o el aislamiento social, muy intensificado durante la pandemia.
El denominador común es claro: el estrés está presente en todas las etapas de la vida, aunque muchas veces se lo normaliza o invisibiliza. Y si bien su función adaptativa es fundamental —nos ayuda a reaccionar ante amenazas reales—, cuando se sostiene en el tiempo o se acumula sin canales de procesamiento adecuados, empieza a volverse tóxico.
Muchas veces se asocia el estrés con el cortisol, una de las principales hormonas involucradas en la respuesta al estrés. En situaciones de amenaza o sobrecarga, el eje hipotálamo–hipófisis–adrenal se activa y produce cortisol, junto con adrenalina y noradrenalina. Sin embargo, medir el nivel de cortisol en sangre, saliva u orina no es una herramienta útil para diagnosticar clínicamente el estrés, y este es un concepto importante que vale la pena aclarar.
¿Por qué no sirve? Porque el cortisol no se mantiene elevado de manera sostenida, sino que responde a estímulos puntuales y varía naturalmente a lo largo del día: tiene un pico matinal (el llamado "cortisol awakening response") y luego desciende progresivamente. Además, es una hormona sensible a muchas otras variables: el sueño, la alimentación, el ejercicio, la enfermedad, los medicamentos, e incluso el momento del ciclo menstrual en mujeres. Un dosaje aislado, por lo tanto, no refleja el nivel real de estrés emocional, y su valor puede ser normal incluso en personas que están profundamente estresadas.
Más aún, en casos de estrés crónico, se ha observado que algunas personas presentan niveles bajos de cortisol por mecanismos adaptativos de retroalimentación negativa del sistema, lo que genera todavía más confusión diagnóstica si se intenta utilizar el dosaje como marcador directo de malestar psicológico.
Por eso, si bien el cortisol está en la base fisiológica de la respuesta al estrés, la ciencia actual no recomienda su medición como método para diagnosticar estrés. Lo más relevante sigue siendo la evaluación clínica integral del contexto, los síntomas, la historia personal y la repercusión en la vida cotidiana.
¿Qué podemos hacer frente a todo esto? Lo primero es dejar de subestimar el estrés. Nombrarlo, legitimarlo, entenderlo como una señal —no como una falla personal— es parte del camino. Luego, es clave promover recursos adaptados a cada etapa de la vida: educación emocional en niños y adolescentes, espacios de pausa y cuidado para adultos, redes sociales y afectivas en la vejez. El ejercicio regular, el descanso adecuado, los vínculos significativos, las rutinas saludables, y las técnicas de regulación emocional como la respiración consciente o el mindfulness han demostrado ser efectivas para mitigar los efectos del estrés.
El estrés no siempre puede evitarse, pero sí puede gestionarse. Necesitamos una cultura que nos permita parar, revisar, pedir ayuda y reconfigurar prioridades. Porque cuidar nuestra salud mental no es un lujo: es una necesidad urgente para sostenernos como personas y como sociedad.

Laura Maffei La Dra. Laura Maffei (M.Nº 62441.) es especialista en endocrinología clínica. Realiza numerosas investigaciones científicas y estudia en profundidad el estrés. Es directora de Maffei Centro Médico e Investigación Clínica Aplicada. También, es miembro de la Sociedad Argentina de Endocrinología y de la Endocrine Society. Es autora del libro “Alicia en el país del estrés”. @dralauramaffei
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