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Sobreviví al cáncer de cuello de útero y ahora busco ser mamá

El Día Mundial de la Prevención del Cáncer de Cuello Uterino, que se celebra cada 26 de marzo, Paula (Puli) relata su historia: cómo logró sobreponerse al cáncer y el camino que emprendió para ser mamá.


Paula Moguilevsky, alias Puli

Puli quiere ser mamá desde que tiene memoria. - Créditos: Gentileza Puli



En 2023 congelé óvulos. Fue una decisión práctica, lúcida, incluso visionaria. También fue el inicio de una historia que jamás imaginé contar: una historia que mezcla decisiones médicas, sorpresas inesperadas y una búsqueda que todavía sigue.

Esa mañana me sentía rara. Un dolor sordo en el abdomen, una molestia que crecía como una sombra. Horas después, estaba en el hospital, casi muerta. Una hemorragia interna silenciosa y traicionera me llevó directo a quirófano. Cuando abrí los ojos, no sabía si estaba viva o si eso era otra cosa. Una semana internada. Silencio. Miedo. El cuerpo que una intenta domar con planes y previsiones, revelándose con violencia.

Me recuperé. Y en diciembre, con mi entonces novio —hoy mi marido— decidimos avanzar con el tratamiento para ser padres. Era el momento. El deseo, intacto. La ilusión, fresca. Me mandaron a hacer un papanicolau, como parte del protocolo. Nada grave, pensé. Pero el resultado fue otro golpe: no era una “alteración”, ni una “sospecha”. Era cáncer. Cáncer de cuello de útero.

 

Lo escribo así, con todas sus letras, porque aprendí que nombrar también es una forma de sanar. La primera cirugía fue una LEEP, una intervención pequeña, casi ambulatoria. Pero no funcionó. Ahí empezó la otra película: estudios eternos, resonancias, PETs, biopsias. Horas en salas blancas, escuchando nombres propios y palabras ajenas, técnicas, frías. Había que consultar con oncología. Había que decidir.

Mi cáncer era agresivo pero localizado. Había una chance: una traquelectomía, una cirugía que intenta conservar el útero y con él, la posibilidad de gestar. Pero el riesgo era grande. Me durmieron con un escenario: si encontraban lo peor, me harían una histerectomía completa. Se llevarían todo. Mi útero, mi plan, mi anhelo más profundo.

Desde que tengo memoria, quiero ser madre. No me acuerdo cuándo empezó el deseo. Pero sé que siempre estuvo ahí, como una canción de fondo, como una raíz silenciosa. La noche anterior a la operación lloré como si me estuviera despidiendo de mí misma. Me abracé el vientre. Le hablé bajito. Le pedí que aguante.
La traquelectomía salió bien. El útero quedó. Respiré. Pensé que ahí terminaba todo. Pero no.

Puli y su compañero de vida.

Puli y su compañero de vida. - Créditos: Gentileza Puli

Tres meses después, el útero se bloqueó. La cicatrización interna cerró el acceso. La primera cirugía para desbloquearlo no funcionó. La segunda me la hicieron de urgencia, a pesar de que debían pasar al menos dos meses entre una y otra. Los dolores eran insoportables. Un coágulo se acumulaba. Fue justo antes de mi casamiento. Y esta vez, por suerte, funcionó.

Unos meses más tarde, en enero, volví a soñar. Empecé el tratamiento de fertilidad. Todo estaba listo: los medicamentos, los controles, mi cuerpo entero preparándose para gestar. El día anterior a la transferencia, llegó el nuevo mazazo: el útero se había bloqueado otra vez. Cancelamos todo. El tratamiento quedó en pausa. Y el jueves pasado, volví a entrar a quirófano para otra cirugía.

 

Ahora estoy esperando. Esperando poder intentar otra vez. Volver a empezar. Porque quiero ser mamá. Porque aún tengo el útero, la fe y el deseo intacto.

Casi muero en 2023, sí. Pero también renací. Me convertí en la mujer que espera. Que no se rinde. Que sigue creyendo en la vida, incluso cuando el cuerpo tiembla y la fe se agrieta.

Porque ser madre, para mí, no es solo una meta. Es un acto de amor, de rebeldía, de supervivencia. Y esta historia —mi historia— todavía se está escribiendo.

Por Puli, Ig: @pulicocina. Gentileza para OHLALÁ!

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