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¿Por qué tenemos menos sexo en invierno?

¿Por qué tenemos menos sexo? El clima invernal puede afectar nuestra libido. Pero, además, hay un fenómeno más amplio que va más allá de la estación. ¿de qué se trata?


¿Por qué tenemos menos sexo en invierno?

¿Por qué tenemos menos sexo en invierno? - Créditos: Getty



El deseo sexual parece no hacer un buen tándem con el frío.  Al bajar la temperatura, la libido cae igual que el termómetro y muchas parejas se meten en una especie de cueva a esperar a que pase el temporal. El frío trae consigo más apatía y menos ganas de mostrarse a los demás. Hay menos horas de luz y esto afecta nuestro estado de ánimo y también el sexo. 

Pero esta es una tendencia que, en los últimos tiempos, parece extenderse a todas las estaciones: estamos teniendo menos sexo. A cada generación le viene costando más que a la anterior, desde hace por lo menos tres generaciones. Esta información, que al principio nos impactaba un poco, ya casi no sorprende a nadie. Lo vemos en las apps de citas, en los amantes vuelteros, en las parejas que solo se juntan a mirar series y en tantos otros espacios en los que el encuentro simplemente no fluye. ¿Qué corno está pasando, le consultamos a la experta Silvina Valente, jefa de la sección de sexología clínica del Hospital de Clínicas de Buenos Aires.

 

Diversas investigaciones sobre el comportamiento sexual sugieren que los encuentros sexuales físicos decayeron con el correr de las décadas. Hoy, en el mundo de la sexología, ya casi se da por hecho que cuanto más joven es la gente, cuánto más acceso a bienes culturales y circuitos sociales variados tiene, menos encuentros sexuales concreta. En pocas palabras, cuanto menos tabú se vuelve el sexo y más accesible se presenta, menos interés despierta, como si se tratara de un bien de cambio que, por el solo hecho de estar ahí, disponible, perdiera su valor.

¿Y entonces? No buscamos imponer cantidades o idealizar los encuentros, sino analizar lo que subyace en las capas más profundas que mueven el deseo humano. No se trata de presionarte para tener una vida sexual más intensa, sino de abrir los ojos y mirar con atención a tu alrededor. Puede que las cosas que te frustren estén frustrando a la mayoría. Tener una visión más global tal vez no solucione el tema, pero nos ayudará a ser más creativas y menos literales a la hora de encararlo.

El refugio de la masturbación

No hay un área de nuestra existencia que no sea puesta en tela de juicio cuando miramos las redes (es decir, la mayor parte del tiempo). Hay un nuevo “deber ser” para todo, para nuestro aspecto físico, para el lugar en donde vivimos, las cosas que comemos y cómo nos mostramos. Esto crea la sensación de que es imposible cumplir los requisitos que se deben alcanzar para ser hoy “alguien digno de amor”.

Y la forma en que muchos lidiamos con esa ansiedad es simplemente evitando el contacto con el otro. No tenemos es sexo compartido, en presencia. En cambio, consumimos pornografía y fantaseamos mucho. Nuestras fantasías crean más y más expectativa, que alimenta ese círculo de frustración y evitación.

La eterna precariedad

El sexo requiere tierra firme. Nadie se excita apagando incendios o intentando salir a flote durante un naufragio. La mayoría de los seres humanos necesitamos sentirnos al menos un poco seguros, contenidos y felices para pensar en simular actos reproductivos.

Sin embargo, la mayoría nos sentimos más bien bombardeados. Esto es algo que se comprueba tanto en los países que ofrecen contención social y estabilidad económica como en los que no. La ansiedad es un problema global que acecha en cualquier contexto y que se da ya no solo frente a escenarios materialmente adversos, sino también en sociedades de la abundancia en las que las personas internalizan modelos que las hacen sentir “fracasadas” siempre, hagan lo que hagan. 

Un poco hipocondríacos

A medida que nuestra obsesión con lo fit, lo healthy y el eat clean crece, también crece nuestra atención a lo que se pone en juego cuando practicamos sexo. Cada vez más personas confiesan tener pensamientos ansiosos sobre gérmenes, bacterias, enfermedades de transmisión sexual y seguridad física a la hora de desnudarse con otro ser humano.

Esta superconciencia sobre la salud es algo que se acrecentó especialmente durante la pandemia. Esta celebración de las actitudes evitativas vino a coronar cierta neurosis que ya existía sobre la salud y que en muchos casos enmascara otros trastornos, como los de alimentación, conducta o relaciones. Dicho en criollo: hoy es más fácil que nunca solapar el miedo al otro con preocupaciones legítimas y comprensibles. 

Simulacro de experiencias

Algunas encuestas señalan que nuestros vínculos más importantes cada vez dependen menos del contacto físico: muchas personas sentimos que nuestro mejor amigo no es a quien más vemos, sino la persona con la que más chateamos. Del mismo modo, percibimos que tener un vínculo de sexting es compartir algo importante con otra persona (¡aunque no la conozcamos!) y que mirar mucha pornografía y muy variada nos da cierta experiencia en sexualidad.

Somos las primeras generaciones que tienen acceso a tantas representaciones a la vez y puede que estemos descubriendo que, para nuestro cerebro, las representaciones tienen tanto peso como la experiencia real. De ahí que podamos relacionarnos tan intensamente con gente que quizá jamás veamos en persona y sentir tan fuertemente cosas que jamás viviremos.

Encuentros decepcionantes

Especialmente para la gente joven, el sexo puede estar resultando decepcionante. No es difícil entender por qué: imaginate que tu principal fuente de educación sexual sea el porno, con su intensidad, sus prácticas raras, sus cuerpos exacerbados. Imaginate sentir que tenés que rendir, actuar y lucir como en esos videos. Ahora imaginate encontrarte en la cama con otra persona a la que, en silencio, le pasa exactamente lo mismo.

¡Es como una coreografía mal armada! Si no tenemos acceso a educación sexual y sentimental de calidad, es mucho más fácil que las expectativas y las “técnicas” que andan dando vueltas por ahí se instalen en la cama de las personas sin experiencia. También es más fácil que esas personas no quieran repetir muy seguido ese tipo de encuentros que, más que encuentros, parecen un parcial.

Entonces..., ¡chau, chau sexo!

Cuando el sexo se convierte en una carrera de obstáculos, e incluso en una amenaza para la felicidad, el cuerpo tiene mecanismos para cerrarse. Estos pueden emerger desde lo social para pasar a lo psicológico y llegar finalmente a lo orgánico. Sí, tu cuerpo puede responder emocionalmente al estrés del contexto para anular tu deseo o expresarse en forma de disfunciones sexuales.

Es la forma más genuina de defenderse de algo que siente amenazante. Por eso los especialistas insisten tanto en difundir lecciones de educación sexual y sentimental. Si todos nos mantenemos en silencio respecto a nuestras angustias e inseguridades en lo sexual, no identificaremos lo que estamos experimentando y, por ende, no lograremos descubrir por qué tendemos a deprimirnos y aislarnos. 

¿Cómo activar el deseo?

  • Dale prioridad al sexo: tenelo presente y alimentalo, ya que la falta de costumbre puede hacer que desaparezca el deseo o que se reduzca.

  • Buscá confort: en cuanto a las posturas ideales en invierno, las más indicadas son las que están dirigidas a entrar más rápido en calor y que los cuerpos de ambas personas estén lo más próximos posible. El mejor ejemplo de esto es la “cucharita”, con la que, además, estamos abrazando al otro y el movimiento puede ser suave y agradable para ambos.

  • Aumentá el tiempo de estimulación: un rapidito puede estar muy bien, pero hay más formas de tener encuentros sexuales que pueden ser más satisfactorias (una es el petting). 

Experta consultada: Silvina Valente, jefa de la sección de sexología clínica del Hospital de Clínicas de Buenos Aires y presidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana. silvina.valente68@gmail.com.

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