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Seba: el rugbier semental




Chicas, el jueves que viene es el último post. La idea era contar todas las historias de amor frustrado, y a lo largo de estos meses eso fui haciendo. Por suerte la lista no es tan larga y las malas experiencias en estos 29 años no alcanzan a ser las mismas que mi edad. Pedro volvió y me escribió. Milagrosamente no se borró y nos vamos a volver a ver. Espero no tener que pronto salir a destruirlo.
En mitad de la cursada de la facu, cuando yo tenía todas las energías concentradas en Nico, conocí a Seba. Este muchacho era un amigo de Pato, el novio de una de las chicas de la facultad. Jugaban juntos al rugby en Banfield y yo odiaba a los rugbiers. Pero... nunca digas de esta agua no he de beber, Olivia. Porque terminás bebiendo.
El sexo seguía siendo un misterio para mí y esa noche en que lo conocí dejé que Seba me tentara. Habíamos ido a una fiesta en el club donde ellos jugaban. Éramos cinco minas y ellos como quince pibes. Cada una de nosotras terminó en alguna parte escondida de ese lugar con alguno de ellos. A mí me tocó la cancha de tenis. Fue todo muy rápido, de estar en un salón compartido peleando por una cerveza aparecí en un banco con todas las zapatillas llenas de polvo de ladrillo.
Seba estaba como loco, me levantaba la pollera, me daba besos en el cuello, me apoyaba, me hacía rozar su miembro "sin querer" yo no entendía nada. Tenía 21 y seguía siendo muy inocente en cosas básicas. Me acuerdo que un poco lo toqué y después me sentí tan pero tan culpable que salí medio corriendo y él me siguió.
Después de esa noche me empezó a llamar por teléfono. Él era muy banfielista y yo capitalina, casi no nos cruzábamos y yo lo histeriqueaba pero no quería verlo. Tenía como excusa ideal en mi cabeza mi enamoramiento de Nico y todo el resto era relleno. Hasta que un día, convencida por mis amigas, le dije que sí a una propuesta.
Me pasó a buscar y fuimos a comer a Mc Donlads. Él se pidió cuatro hamburguesas de esas grandes. Yo estaba medio anonadada, ¿se podía comer tanto? Caminamos por el Microcentro y charlamos de boludeces, eran como las tres de la tarde y pasamos justo por un bar irlandés y, para hacer algo, le propuse que tomáramos un cerveza.
Entramos, pedimos un chop y él estaba tan emocionado con la actividad que se dedicó a llamar a todos sus amigos para contarles su hazaña: ¡Estaba tomando cerveza a las tres de la tarde, con una mina en el centro! Guau, increíble, pensé.
Me pareció tan gil que me relajé… Caminamos, me acompañó a la parada de bondi y rogué que no volviera a llamarme. Un par de veces más apareció pero poco a poco empezamos a tener una relación de chaters.
No sé si tuvo que ver con la voracidad con que devoró las hamburguesas o con la actitud infantil de relatar detalle a detalle cada actividad realizada a sus amigos, pero lo cierto es que su sex appeal desapareció, él no era el indicado para desvirgarme.

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