Adiós 2022: cómo aprender a darle la bienvenida a un nuevo año
En su última columna del año, Sole reflexiona sobre su 2022 y cómo se prepara para darle la bienvenida a todo lo que está por venir.
26 de diciembre de 2022
Cómo darle la bienvenida al 2023. - Créditos: Canva
Hace tiempo que me llevo mejor con los rotos, los que sufrieron alguna pérdida, los que saben de los sueños no cumplidos, los que se atrevieron a la tristeza. Por eso me llevo mejor conmigo misma. Quizás antes me quedaba esperando que la incomodidad se convirtiera en estabilidad nuevamente, que la herida al fin sanara, o que esa sensación de vacío se llenara, o que ESE sueño o proyecto se hiciera realidad. Pero me di cuenta de que solo era cuestión de dejar de esperar, y proponerme: ¿cómo me acompaño hoy con lo que es?, ¿lo acepto o resisto?; ¿cuánta gimnasia tengo a la hora de perder?, ¿soy capaz de celebrarme mis logros?, ¿o de reconocer la abundancia que me rodea? (Ahora mismo, por chiquita que parezca: en mi caso, un rayo de sol que entra por la ventana de la oficina mientras escribo este editorial).
No sé cómo fue para vos, pero este año que se va fue muy difícil para mí. Hay años y años, me acostumbré a presupuestarlos. El 2021, en cambio, fue una bomba, por ejemplo. Pero viste que a veces las ilusiones se ponen en jaque, los refugios se vuelven amenazantes, los proyectos te desafían, se abren viejas heridas, se vuelve extraño lo que creías conocer, por momentos no sabés –incluso– bien quién sos... A veces solo querés desaparecer, porque no hay identidad a la que aferrarse, todo se siente pantanoso e incómodo. Fue uno de esos años.
Sin embargo, me desperté cada mañana, hice de mi práctica espiritual mi flota flota en el tsunami, cumplí con mis obligaciones lo mejor que pude, mis amigos y mi familia se convirtieron en guías, cuando me desvelaba por la noche me arrullaba algún video de sabiduría vedanta hasta que me volvía a dormir, empecé a rezar como quien habla sola. La vida no tuvo sentido tantas veces..., y así, confusa y triste, seguí.
Me sentí muy incómoda exponiéndome en Instagram, como si la versión que vive en las stories estuviera desdoblada de mí. Pensé en cerrar esa vidriera que a veces se siente un tanto absurda y maníaca. Pero me mantuve, lo más sincera que pude. Alguna vez alguien sabio me dijo: “No tomes decisiones en los momentos de crisis”, eso hice con las que pude contener, porque otras tomaron vida propia y se cortaron solas. Entonces, me propuse descansar, frenar, y decidí festejar mi cumpleaños en Morro de San Pablo como un intento de robarme cierta alegría brasileña.
Ya en diciembre, no sé cómo explicarlo, hay algo distinto en mí, no sé todavía cómo nombrarlo, hay algo liviano y sin purpurina, que se siente aplomado y calmo, hay menos y hay más. Algo se integró distinto esta vez. ¿Escuchaste hablar sobre esa técnica japonesa que une las piezas rotas con oro líquido, como una manera de honrar lo roto que cobra una nueva forma? Bueno, yo siento como una reversión de eso, tengo la sensación de que lo roto simplemente es un nuevo estado, y en vez de ser una forma rígida y única, son piezas para lograr formas infinitas. Porque donde hay grieta, en realidad, hay oportunidad de luz. Ni siquiera oro, luz; como la que entra ahora mismo en mi ventana. Lo dije tantas veces: “el dolor solo viene a expandirte”, y aun así escupí tantas veces la medicina. ¡¿A quién le gusta salir de la forma conocida para ser incertidumbre y potencia?!
Ahora, cuando todo lo que te daba seguridad se desvanece, entonces, ¿de qué agarrarte? Solo queda aferrarte de vos, de tu ser, de Dios, que se presenta de maneras tan variadas y misteriosas. Y dejar de esperar... Quizás entonces nos demos cuenta de que nunca estuvimos rotas, porque estamos más enteras que nunca.