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Fiesta Nacional del Poncho en Catamarca: el poder de conocer nuevas historias

Beta viajó a la Fiesta Nacional del Poncho en Catamarca y la experiencia fue transformadora: "Volví a casa con algunas cosas muy presentes: el amor de los catamarqueños por su tierra, el orgullo de esos artesanos por lo que hacen y la atmósfera del poncho rodeándome aún los sentidos".


Beta Suárez y una lista (caprichosa, por supuesto) para agradecer el paso del tiempo en nuestras vidas.

Beta Suárez y una lista (caprichosa, por supuesto) para agradecer el paso del tiempo en nuestras vidas. - Créditos: Catalina Bartolomé



Mi contexto

Trabajo, desde siempre, con palabras y con información. Soy consumidora de contenido nivel dios y, además, las redes sociales son mi materia de estudio, mi laboratorio y mi patio de juegos. Cuando las noticias se vuelven densas, vivo en Argentina y comprenderán la aclaración, en general sé tomar distancia. Es como ir al gimnasio, pero a esta altura de mis propias decisiones, ya advertí que me resulta más tranquilizador saber que suponer o imaginar. El último mes (y esta columna que escribo ahora se publica en unos días y sospecho que seguirá todo con la misma intensidad ciclotímica) la realidad política y social se volvió complicadita y vertiginosa, sin importar de qué lado de las tantas grietas estoy o estás. El dólar, el índice de pobreza, el juego de la silla de los políticos, los anuncios, los aumentos, el desempleo y tantas otras cosas nos pueden llevar de paseo por un camino zigzagueante entre la incertidumbre, la angustia, la esperanza y la resignación, como para mencionar algo. Pero mientras, como en otro canal de audio, la vida sigue.

La invitación:

Entre ministro de Economía y ministro de Economía me llegó una invitación, junto a una colega y gran amiga, para ir a cubrir la Fiesta Nacional del Poncho en Catamarca. Empiezo a leer sobre esta verbena popular gigante que dura diez días y diez noches, confirmo que voy y unos días después, con una valija pequeña y con menos dos horas de avión encima, llego al “Poncho”. 

Nada de lo que había investigado me preparó para esta marea cálida de personas (más de 930.000 en los diez días) y para este festival con tanta amplitud de paisajes y de climas como Catamarca. 

Mientras caminaba, como si cambiara de dial, iba pasando de la música de los escenarios a la de las peñas y a la de la gente que marcaba su propio ritmo y se me mezclaba con los aromas de la gastronomía que se sienten en la boca y el baile y el encuentro y las familias y las tonadas y la fiesta que te hace sentir bienvenido sin importar de donde vengas. 

 

El poncho reúne, además, a una gran y cuidada selección de artesanos, todos muy buenos, que llegan con la obra de sus manos a ofrecer algo más que su corazón. 

Deformación o emoción, profesional, ahí me detuve. Detrás de cada stand había una historia que le daba aún más sentido a tanto encuentro. Padres con hijos y abuelas con nietos tejiendo, armando, pintando y contando. Del otro lado de cada mesa, los que comprabámos, igual, en comunión. Con esta capacidad de dudoso beneficio que tenemos de ajustar el mundo a la distancia de nuestra vista, a veces cometemos el error de creer, aunque no lo hagamos de modo consciente, que la Patria Emprendedora se reduce a lo que vemos en las redes sociales. 

Y no. Es mucho, pero mucho, más grande.

Es esperanzadora.  

Volver a mirar:

Vivo en la tremendamente atractiva y peligrosamente egocéntrica ciudad de la furia, y volví a casa con algunas cosas muy presentes: El amor de los catamarqueños por su tierra, el orgullo de esos artesanos por lo que hacen y la atmósfera del poncho rodeándome aún los sentidos, con ese aire libre tan gigante que me hizo pensar, otra vez, que es cierto, que hay cielo para todos.

Lejos de la romantización de cualquier cosa, aclaro que mientras estuve en Catamarca no desapareció todo lo que dejé acá y, además, a donde vamos nos llevamos puestos. A otra provincia y también a dar una vuelta a la manzana. 

Pero en la columna anterior dije que muchas veces precisamos, preciso, volver a mirar. 

Repito y recuerdo. 

Para curar lo que quiero guardar en mi memoria. Para no perderme lo que hay alrededor, para cambiar de mirador y entender, entonces, la totalidad del paisaje. 

Para contar con el tiempo necesitan algunas reflexiones.

Entonces, sumo que a veces volver a mirar nos permite, y es simple y maravilloso, ampliar el horizonte de la mirada, correr el cerco para adelante y para los costados.

Hoy, amiga, te invito a hacer eso mismo. 

Porque si justo hay algo que te está pesando toneladas no va a desaparecer si mirás para otro lado por un ratito, pero tal vez advertís que eso no es lo único que hay en tus días.

Decía, en la mayoría de los casos la vida sigue.

Y ese puede ser nuestro propio milagro.

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