El boom teatral de las hermanas Marull: "El éxito es poder invitar a otros a tu universo"
María y Paula Marull son las gemelas que han conquistado la escena teatral argentina con su obra "Lo que el río hace". Con ellas, hablamos del acto creativo, del paso del tiempo, de la hermandad y de las conexiones profundas en tiempos vertiginosos.
Estilismo de : María Salinas
1 de febrero de 2025
María y Paula Marull: las gemelas que la rompen en la calle Corrientes con su obra "Lo que el río hace" // Pantalón ($490.000, Kostume), body ($51.750, Caro Cuore), mocasines (Carmela Achaval). - Créditos: Ramiro González
Hablar de las Marull es hablar de “éxito”. Durante 2024, la rompieron en la calle Corrientes con su obra Lo que el río hace, escrita, protagonizada y dirigida por ambas. Una obra artesanal, con una historia muy personal, pero, al mismo tiempo, tan universal. En el escenario, María y Paula interpretan a un mismo personaje. Y es extraño, pero cuando charlamos con ellas, la sensación es parecida: las dos parecieran ser una misma persona. Se completan las frases al hablar, su tono de voz es casi idéntico, se miran y se entienden sin palabras, se tientan de risa con las mismas cosas, en un gesto de complicidad que pocos pueden lograr. Pero aun así, también dicen que saben complementarse a la hora de trabajar y crear juntas. Después de un año de logros, nos metimos con ellas en una charla larga y sin tiempo, entre mates, como si estuviéramos a orillas de su querido río Paraná.
¿Qué aprendizaje se llevaron de 2024 a nivel personal y creativo-profesional?
M: Yo siento que 2024 fue un año muy de cosechar, de mucho esfuerzo, de mucho tiempo. Me doy cuenta muchas veces en comentarios de gente cercana que te dice: “¡Ay, qué suerte, lo bien que les va con todo lo que ustedes han trabajado para esto!”. ¿Viste? A veces el otro te da algo de lo que vos no te diste cuenta y te invita a pensar, porque una está en el fragor del hacer, hacer, hacer, y el año pasado fue un año de mucho hacer, pero, de alguna manera, siento que fue un año de cosechar lo que venimos sembrando desde hace muchos años, de muchos años de hacer teatro, de estudiar, de formarnos, de hacer obras en el teatro independiente –que seguimos haciéndolas–, pero de repente se visibilizó más Lo que el río hace. Es una obra que la gente ve más de una vez y eso me sorprende... Fue una grata sorpresa, que una obra tan personal, que habla de una historia tan nuestra –de Paula y mía–, que transcurre en Corrientes, y tan “nuestra” también de nuestro país, porque hay chamamé, están nuestras costumbres, está la Fiesta Nacional del Pacú... Es una obra así: tan artesanal y tan nuestra... Que empezó con una función los martes y terminamos haciendo cinco por semana. Y casi todo producto del boca en boca.
¿Y dónde sienten que reside la magia de lo que pasó con Lo que el río hace? Yo siento que quizás, al tocar una fibra muy íntima de ustedes, esa misma fibra se vuelve universal.
P: Es como bastante inexplicable. Yo creo que la obra tiene algo honesto, sincero, como si te dijera que la gente tiene ganas de sentir algo; son temas sencillos, los que nosotras abordamos en la obra, son los temas que nos preocupan, las preguntas que nos hacíamos nosotras en el momento en que las estábamos escribiendo y que todavía nos hacemos: ¿dónde está el tiempo? Nosotras sentíamos que vivíamos enloquecidas, nos preguntábamos cómo se hace para detener el tiempo, cómo se hace para poder encontrarse con una misma, volver a esas cosas que son importantes. Estamos bombardeados por información, corriendo atrás de cosas que ni idea y no nos preguntamos mucho qué son. Nuestro papá era una persona diferente de todos los papás de nuestros amigos: era un personaje muy singular, sin embargo, mucha gente se identifica con ese padre, con ese vínculo sincero. Y lo que pasa en la obra es que, durante dos horas, la gente siente cosas, se emociona, se ríe, se acuerda quizá de sus orígenes. Por ahí creemos que tenemos que ser productivos, hacer cosas, que estar acá y allá, y hay un lugar en el que todos necesitamos un poco eso: conectarnos, sentir algo, conmovernos.
¿Y cómo es el proceso creativo de a dos? ¿Ya tienen como una especie de “método Marull”?
P: Sí, no lo hemos patentado (risas), así que bueno, no sé si contar todo... Pero es lindo crear con otra, y crear con otra que piensa tan parecido a una…
M: Y es menos neurótico que una consigo misma. Escribir sola, en realidad es como que escribís con vos misma: una parte escribís, después lo volvés a leer, o te estás hablando todo el tiempo. Y sumar a alguien más es como la terapia de pareja, parece que una está ahí ordenando, entonces ya no es vos sola, con el material dando vueltas... Nuestro método concreto es una parte conversada y, una vez que ya tenemos algunas imágenes, viene la parte práctica: es en un Drive, adonde entramos las dos, y es un documento en donde la que escribe marca con un color lo que se agrega, entonces, cuando yo entro, ya sé que eso lo agregó ella. Yo lo leo, y si veo algo que me parece que está de más o que no va, subrayo, no saco nada, y si agrego cosas nuevas, agrego con otro color, con mi color, entonces ella después entra y ve, si ella está de acuerdo con lo que yo subrayé, debería salir directamente. Lo que nos importa a las dos es la obra, o sea, no importa si yo lo escribí o lo escribió ella. No tenemos el ego puesto ahí, porque escribimos muy parecido, tenemos un universo muy parecido también, entonces, es como que es todo en función del material.
María: pantalón ($99.900, Las Pepas), suéter ($89.900, Las Pepas). Paula: pantalón ($99.000, Las Pepas), chaleco ($55.900, Las Pepas). - Créditos: Ramiro González
"Creemos que tenemos que ser productivos, hacer cosas, que estar acá y allá, y hay un lugar en el que todos necesitamos un poco eso: conectarnos, sentir algo, conmovernos".
Paula Marull
¿Y cómo fue su infancia en Rosario? Porque entiendo que ustedes usaban la escritura también como una forma de llevar adelante la vida de preadolescentes...
P: Sí, porque a los 12 empezamos a escribir. Nosotras vivíamos allá en Rosario. Éramos muy unidas, jugábamos mucho juntas, era una infancia sin tecnología, vivíamos en una casa, jugábamos mucho en el patio, por ejemplo, con la manguera, las bombuchas, las inflábamos y las poníamos en tuppers. Hacíamos casitas de cosas, de muñecas, patinábamos. Después también jugábamos con los insectos, con los vecinos, juntábamos langostas... Jugábamos con los elementos de la naturaleza. Jugábamos a que éramos Los Parchís, armábamos coreografías, nos disfrazábamos.
¿Ya había ahí algún indicio de que querían dedicarse a ser actrices, o nada?
M: No, la verdad es que no. En nuestra casa había bastante ambiente artístico. Nuestro papá cantaba, tocaba la guitarra, pero no se dedicaba a eso. Nuestra mamá hacía sensopercepción, cosas con el cuerpo. Nuestra abuela era una de las dueñas de La Comedia, un teatro de Rosario, íbamos mucho al teatro... También hay algo que tiene que ver con la época o con la particularidad, quizá, de nuestra familia, que nuestros padres tal vez no nos han mirado tanto, ¿no? Una ahora mira tanto a los hijos..., como que nosotras ahí estábamos un poquito más salvajes. Entonces, yo creo que eso hizo también que nosotras fuéramos tan unidas, porque nos teníamos entre nosotras. Creo que éramos niñas con una sensibilidad especial y escribíamos porque no nos alcanzaba solamente sentir algo... Por ejemplo, nuestro abuelo se jubiló en el Banco Italia. Y yo me acuerdo de que le hice una poesía al Banco Italia, que cerró sus puertas. Y se la mostraba a ella, era como que estábamos en nuestro mundo, ¿no?
P: Yo creo que la infancia tiene como algo de distancia con el mundo que está pensado para adultos y que los niños tienen como algo de soledad, a veces de no comprender, a veces de dolor. Es como que quizás está un poco idealizada la infancia... Nosotras estábamos a veces solas, no éramos tan observadas como son ahora los chicos. Era otra manera de criar también.
¿En qué notás diferencias hoy en la forma de criar con respecto a como te criaron tus viejos?
P: Yo creo que ahora es como que los chicos están mucho más en primer plano. En general, las madres postergamos; por ejemplo, yo tengo a mis tres hijas con odontóloga y yo no voy desde hace un año. Estamos mucho más atentas de que se sientan bien, los escuchamos más. En todas las áreas, hasta en qué les damos de comer... Quizá nos hemos ido un poco de mambo. Incluso no estoy tan segura de que esté mejor lo que estamos haciendo ahora. Sí hay cosas que se han revisado y que han mejorado, por suerte. Yo a veces llevo a una de mis hijas a un cumpleaños en Nordelta y voy a la tarde a buscar a la otra allá, que tiene no sé qué, y digo: “¿Esto está bien, que yo estoy desde hace ocho horas arriba del auto?”.
M: Ahora los chicos hacen muchísimas actividades, tienen muchos más planes que los que nosotras hemos tenido en toda nuestra vida.
María: vestido ($440.000, Luz Ballestero), abotinados (C’est Fini vintage). Paula: pantalón ($205.600, Luz Ballestero), camisa ($192.000, Luz Ballestero), abotonados (C’est Fini vintage). - Créditos: Ramiro González
En las primeras escenas de Lo que el río hace se ve mucho esa problemática de la mujer profesional en la ciudad medio desbordada, que no logra el balance entre su vida profesional y la personal. ¿Les pasa a ustedes eso, de sentir que cuesta ese balance?
M: Sí, totalmente. Es un conflicto de hoy. Nosotras estábamos con ese conflicto antes de la pandemia, cuestionándonos, nos hacíamos estas preguntas que están en la obra: ¿qué hacemos con el tiempo? ¿Cómo no nos alcanza? ¿Cómo hacemos para hacer todo? Y ahora nos las seguimos haciendo. La obra muestra eso, el público se siente en un espejo en el que se mira, donde muchas mujeres dicen: “En esa escena yo soy así, mi hija es igual”. Y en la obra está suavizado de cómo es en realidad; nosotras estamos permanentemente en esos malabares de querer hacer todo, y de combinar el trabajo con la crianza. Y es complejo. Y una a veces siente que es una frazada más chica que la cama y siempre hay un costado que no se llega a tapar, te da esa sensación...
P: Como que hay mucha exigencia, como que querés hacer todo bien. Que si trabajás, que te vaya bien en tu trabajo; si sos madre, que los chicos estén al día, con las uñas cortadas, las vacunas dadas, que coman orgánico. Además, vos, estar bien en tu cuerpo, con tu espíritu, estar en paz, ser productiva en el trabajo, que te vaya bien, no descuidar a tu pareja. Es muy difícil cubrir esa expectativa o esa imagen. Y nosotras, en un punto, somos unas privilegiadas. Porque nos dedicamos a algo que nos encanta, que nos expresa y es una bendición poder hacerlo como nos gusta. El trabajo es una pesadilla para mucha gente. Yo creo que hay una sobreestimulación. Y creo que, en ese sentido, también está el tema de la información que recibimos.
P: No te da la vida para tanta información. Yo no sé cuántos mensajes tengo sin leer en el celular. Debo tener más de 300. No tengo tiempo vital. Ya solté una parte. ¡Qué mal que estoy quedando con un montón de gente! Pero el día no te alcanza. Ya damos por sentado que todo el tiempo estemos haciendo más de una cosa a la vez.
E: ¿Y eso sienten que es algo de las grandes ciudades? Porque también la obra muestra el choque de ritmos que se produce cuando ella llega a Corrientes. Como que hay otros tiempos posibles también...
M: Yo creo que en las grandes ciudades se potencia porque también hay algo matemático que es que las distancias son más largas, que tenés menos tiempo. Está un poco más exacerbado el consumo de cosas porque hay más oferta. No quita que también en un pueblo podés estar neurotizada y ansiosa y haciendo mil cosas a la vez. Yo creo que hay algo –por lo menos a mí me pasa cuando voy a Esquina– que es que la gente vive mejor. No se la complican, es más fácil, te da esa sensación. Es más fácil de lo que la hacemos. Se vive de una manera más conectada con la naturaleza.
P: Más en comunidad. Hay menos peligro; los chicos también están más contenidos. Y la naturaleza –el río, los pajaritos, el cielo–, eso te lleva a otra dimensión. Una a veces no se da cuenta de que acá estás muy desnaturalizada.
¿Extrañan la vida en la naturaleza de cuando iban a Esquina?
P: Nosotras íbamos a Esquina en verano. Y eso lo seguimos haciendo. Vamos todos los veranos, unas dos semanas siempre con nuestras hijas. Siempre que vamos, es como encontrarnos con una parte de nosotras mismas. Nuestras hijas lo aman, lo esperan ansiosas, van y bailan en la comparsa. Y cada vez que estoy en la naturaleza, siento que necesito más estar en lugares donde la naturaleza esté presente. Ya sea un pasto, unos pajaritos, Esquina o cualquier lugar un poco más alejado. Algo físico, me pasa. La verdad es que no fantaseo con irme a vivir a Esquina, porque también amo lo que hago y hay algo de la ciudad que me gusta. Creo que hay que encontrar el equilibrio, y tratar de encontrar la naturaleza en una. En qué cosas hacemos, en qué hábitos, todavía lo estoy buscando.
María: mono ($231.000, Blue Sheep), pañuelo ($29.500, Blue Sheep). Paula: Blusa ($126.000, Blue Sheep), pantalón ($182.000, Blue Sheep), pañuelo ($29.500, Blue sheep). - Créditos: Ramiro González
“Hija, quedate donde el tiempo dure más”, es una de las frases que resume la filosofía de la obra. ¿Dónde sienten ustedes, en lo personal, que el tiempo les dura más?
P: En el teatro, sin dudas. Y en Esquina también.
M: Yo creo que en la naturaleza el tiempo dura más que en los lugares cerrados. Para mí, el techo te acelera el tiempo, estás al aire libre y entrás en otra dimensión. Y, como decía Paula, en el teatro, también, en el arte, en la ficción, en escribir, en leer, vos leés un libro y es como que es otro tiempo.
P: Es como si fuese una ventana que le abrís a la vida. Esa sensación la tengo mucho en el teatro... O sea, dos horas en mi casa me parece que no es nada. Y, en cambio, cuando yo voy al teatro... No sé cómo explicarlo. Es como que nada que ver el tiempo. Es todo lo que te pasa cuando vos estás actuando, todo ese viaje que te pasa por el cuerpo, por el alma, el vínculo, el público. O sea, todo eso es como que son dos horas que le sacaste el jugo a cada minuto. Como me dijo una vez mi hija, era re chiquita, yo la había anotado en algo en el verano y ella me dijo: “Mamá, no quiero ir más”. “¿Por qué? Si son dos horitas…”, le pregunté. “¿Sabés lo que me pasó hoy? Las siento, a las horas…”, me contestó. Y entendí todo.
M: Y para mí también, donde te dura el tiempo también es con el otro, en los encuentros, en los encuentros reales el tiempo te dura más. Te invita a salir de vos y es lo opuesto a estar con el celular, que te lo revienta, el tiempo, te lo baja.
"En los encuentros reales el tiempo te dura más. Te invita a salir de vos y es lo opuesto a estar con el celular, que te lo revienta, el tiempo, te lo baja".
María Marull
¿Y les preocupa el paso del tiempo?
M: A mí lo que me preocupa del paso del tiempo es no haberlo disfrutado. No es que me preocupa de una manera estética. Lo que me preocupa es que me quede poco tiempo para disfrutar o hacer todo lo que quiero hacer.
P: A mí lo estético tampoco me preocupa. Aparte, me pasa que me siento bien conmigo en este tiempo de mi vida, como que tengo 50 años. Me siento bien físicamente, tengo salud, me cuido, me conozco más el cuerpo, me siento con energía, me gusta cómo soy, me acepto. Y cuando yo era más joven, quizá tenía más inseguridad, era más enroscada. Ahora, como que hay algo de cuando sos grande que te bajan otras fichas.
¿Cuáles, por ejemplo?
P: Me importa nada la mirada del otro, por ejemplo. Y me trajo la certeza de que estoy en un lindo momento: hago lo que me gusta, tengo proyectos, tengo ganas de hacer cosas, tengo mis hijas que son divinas, disfruto. Estoy agradecida de esta etapa y estoy contenta. Sí me está pasando algo que es como si te dijera que yo antes veía como una ruta que no se sabía dónde terminaba y ahora como que digo: “Bueno, esto es finito”. Pero no es que eso me pega para abajo, sino en cómo lo aprovecho mejor. Mucha conciencia de que esto no es para siempre. Me bajó una ficha de decir: “Bueno, es un rato. La vida es un rato”. No me da igual si voy para acá o para allá. El tiempo te trae cosas buenas. Como que por ahí en esta sociedad en la que vivimos quizá no se mira tanto y se valora más la juventud.
María y Paula: blazer sin mangas (Carmela Achaval) - Créditos: Ramiro González
¿Y qué otras fichas les bajaron con el paso del tiempo, hoy con 50 años?
P: Bueno, yo aprendí a quererme más, a conocerme más, a saber lo que me gusta. A ser agradecida también, a perseguir menos cosas, como decir: “Bueno, al final, lo que una necesita es menos”. Son los vínculos, es elegir con qué gente una está, disfrutar de lo que una hace, mirar para adentro, no mirar tanto para afuera. Si ya sabés dónde el tiempo te dura más, ir hacia ese lugar. Por supuesto que todo es un desafío. Pero es como más fácil también cuando sos más grande.
Ustedes arrancaron siendo modelos de Pancho Dotto, después fueron noteras en la tele, ¿extrañan algo de esa época? ¿O la miran con amor?
M: No, no extraño nada, había algo que era lindo de esa época, pero yo estoy más plena ahora. No lo cambio para nada.
P: Por ahí la etapa de noteras fue divertida o algo creativo también, porque lo hacíamos desde ese lugar. Quizás el trabajo como modelo no, yo no me hallaba en eso; algo muy puesto en el físico en una edad en la que también es complicada porque una no está tan segura. Como que siento que estaba puesta la energía en un lugar que a mí no me parece, o por lo menos para la sensibilidad que nosotras teníamos. No la pasábamos bien.
M: Por suerte sí estábamos conectadas con lo que sentíamos, lo teníamos clarísimo. Era un trabajo que nos daba dinero para pagar el alquiler, pero no nos sentíamos plenas. Apenas sentimos eso, que fue cuando empezamos a estudiar teatro, siempre que podíamos, íbamos para trabajos más expresivos y lo otro lo dejábamos. Era como que el modelaje era algo a lo que volvíamos cuando no teníamos algo mejor. Pero nunca fue para nosotros un norte.
¿Cómo definen ustedes este amor de hermanas que tienen? Porque yo no tengo gemela, pero debe ser tener otra parte tuya acompañándote siempre en la vida...
M: Tengo esta sensación como de un mundo muy nuestro. O sea, hasta por ahí pienso que quizá nuestra mamá o nuestro papá también se habrán sentido un poco afuera también. Nosotras nacimos juntas, compartimos toda la infancia, los juegos, además nos hemos venido a vivir acá solas. Hemos atravesado muchas etapas de la vida juntas, ¿no? Cosas buenas y cosas tristes también. Si una piensa para atrás, siempre me sentí muy acompañada por ella. Cualquier recuerdo que yo tengo de mi infancia, cualquier persona, cualquier cosa de toda mi vida, o de mi adolescencia, yo se la digo a ella y ella ya sabe de lo que estoy hablando. Ella lo completa y tuvimos siempre mucha complicidad, mucho acompañamiento, mucho compartir y charlar. Y creo que también hemos elaborado muchas cosas juntas.
P: A veces pienso que también tiene que ver con algo físico. Viste que cuando un hijo tuyo está mal, vos no podés estar bien. Porque como que hay algo tuyo que está ahí también. No es telepatía, yo siento que a ella le duele la panza y a mí también me duele la panza, es algo del cuerpo... Hay un vínculo que tiene que ver con otra cosa.
¿Ustedes no tuvieron esa etapa de querer diferenciarse?
M: No, hubo un momento en el que trabajábamos mucho juntas, pero por elección. Nuestros padres, por ser de la época que hemos sido, han sido muy modernos. Nos han mandado siempre a cursos diferentes, para que no funcionáramos como un bloque. Nosotras nos hemos “mellizado” por decisión. Pero hemos tenido también nuestros espacios propios. Y la verdad es que la pasamos bien juntas, no le vemos nada malo a estar juntas, hay algo de aceptar lo que una es y disfrutarlo. Bueno, sos gemela, por lo menos tenés a alguien a quien le pasa lo mismo que a vos y podés compartir la problemática. No tenemos una necesidad de estar distintas.
¿Qué admiran la una de la otra?
M: Muchas cosas. ¡El orden! También cómo es Paula como madre, está muy pendiente de ellas, más el marido, más la casa, el trabajo... A veces la veo que no da más, que está cansada, porque es muy demandante, y me produce admiración cómo las acompaña, las lleva, las trae, las hace muy buenas. Me produce admiración, porque por ahí otra madre dice: “Bueno, chicas, no, basta”. Y ella se hace espacio para todos, se ocupa un montón de todo. Pero todo, eh.
¿Y vos, Paula?
P: ¡Ay, qué difícil! María es muy trabajadora también y perfeccionista, ¿no? A veces una podría dejar así las cosas que van bien, y no, ella trabaja hasta que está perfecto. Viste que a veces esa vuelta de más también es lo que te hace la diferencia, ¿no? Ese detalle. Por ejemplo, si en una escenografía esa luz está más o menos... Ella te dice: “No, bueno, que esté bien, mirá, fijate que el foco número 5 está un poco beige...”. Admiro esa pasión por el trabajo y por trabajar hasta que las cosas estén en la mejor versión posible.
Ya que hablamos mucho del tiempo: si pudieran volver a algún momento de hermanas juntas, ¿a qué momento volverían?
M: Yo volvería a Laboulaye, que es un pueblo de Córdoba donde vivían nuestros abuelos, y era como Disney para nosotras ir ahí: teníamos nuestro tocadiscos, que nos habían comprado nuestros abuelos, y escuchábamos ahí horas, y nos disfrazábamos con la ropa de nuestras abuelas, y jugábamos a los Parchís, íbamos a pescar, nos llevaban ahí a un arroyo, tejíamos, cantábamos, andábamos en bicicleta, como que volvería ahí, a ese patio de Laboulaye.
P: Yo creo que volvería a un verano en Esquina que bailamos en la comparsa; nosotras siempre íbamos y nunca podíamos bailar porque para la comparsa tenías que ensayar todo el año. Y bueno, el tema de la comparsa ese año era la Argentina, y nosotras entramos a último momento y dijeron: “Bueno, las vamos a poner de las Islas Malvinas”. Y me acuerdo de estar todo el verano ahí bordando, tomando tereré, escuchando a Perales, ir a ensayar a la comparsa, divertirnos, viajar de gira.
Desde afuera, una puede verlas como dos mujeres muy exitosas. ¿Qué es el éxito para ustedes hoy?
M: Para mí, el éxito es poder invitar a otro a que pueda ingresar en tu universo, como poder compartir con otro eso que quizás es algo muy íntimo de nuestro mundo. A mí me re conmueve. En el aplauso de la obra, cuando se prenden las luces y vemos a toda esa gente emocionada, conmovida, con algo tan nuestro, me hace feliz. Y que esa expresión tan personal exprese a otro también, que sea espejo de otro, que el otro viaje a eso, eso es el éxito para mí. En ese aplauso es como que la gente te estuviera diciendo “yo también estuve ahí, a mí también me pasó eso”. Es como escribir un mensaje en una botella que llegó y fue leído, ¿viste? Una se la pasa escribiendo, tirando mensajes al río, y es un poco eso, la plenitud de poder compartir lo que una siente.
Maquilló Consuelo Cúneo. Peinó Marian Fabré.
Agradecemos a Martu Fabiano y a Mondongo y Coliflor (@mondongoycoliflor) por su colaboración en esta nota.
Euge Castagnino Editora de OHLALÁ!, guionista cinematográfica especializada en cultura, cine, teatro, televisión y otros medios audiovisuales y gráficos. Es fan de las palabras, las buenas historias y los libros.
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