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El poder de los vulnerables:  salir del rol de todopoderosos hace bien

Mostrarse vulnerables no es que nos vean rotas, sino todo lo contrario: abrirte al encuentro con los otros es también conectarte con tu propia valentía y salir del rol de “todopoderosa”. Y ahí se produce la magia.


Kintsugi, la técnica japonesa que pone en valor lo roto.

Kintsugi, la técnica japonesa que pone en valor lo roto. - Créditos: Getty



El término “vulnerable” se usa en la guerra para describir algo o alguien que está expuesto a ser atacado. Ahí nace este error que venimos arrastrando y repetimos casi sin conciencia: ser vulnerable es lo mismo que ser débil o frágil. Lo cual es un peligro. Porque lo que es débil y frágil se rompe. Y nadie quiere romperse. Entonces, les decimos a nuestros niños que “no lloren”, que “el que se enoja pierde”, que hay que “mostrarse fuerte”, porque si “te ven mal, te maltratan”. Les decimos que “los hombres no lloran” o que es “muy de minita llorar en el trabajo”.

Y en realidad, y decimos “en realidad” porque el trabajo de la Dra. Brené Brown –socióloga, profesora e investigadora en la Universidad de Houston, que durante los últimos veinte años se ha dedicado a estudiar la vulnerabilidad– demuestra que, lejos de ser debilidad o fragilidad, ser vulnerable es una condición excluyente para la valentía y, en definitiva, para la conexión genuina entre humanos. No podríamos ejercer nuestra gregariedad (formar familia, equipos, sociedades, etc.) sin vulnerabilidad. 

¿Por qué la vulnerabilidad es un superpoder de esta era?

Decir “valentía” puede sonar a “poder con todo” o “poder hacerlo siempre bien, perfecto”. Y lo que resulta interesante de estudiar la valentía en la vulnerabilidad es que, justamente, el valor de tu valentía es tu vínculo con el miedo. No es que hagas sin miedo, sino que tengas el coraje de hacerlo igual, con miedo. Así es, es un vínculo, el que tenés con el miedo.

Y esa forma en la que te relacionás con la emoción del miedo es dinámica, va cambiando, madura con el tiempo, la podés mejorar. ¡Incluso la podés entrenar! Este es un trabajo de amor propio. Implica conocer a las personas con las que estás dispuesta a mostrarte vulnerable, elegir los espacios que querés habitar en donde te sientas segura para mostrarte tal cual sos. Reconociendo el temor, poniéndolo en palabras y gestionando lo que no se está diciendo. 

 

¡Ojo! Acá viene un spoiler alert: va a doler. Si estás dispuesta a lidiar con la vulnerabilidad, aceptar quién sos y conectarte con los demás desde un lugar genuino, sí o sí va a doler. Va a dar miedo. Y está OK. Cuando algo nos importa lo suficiente como para arriesgarnos, el miedo, la incertidumbre y el dolor también son parte del camino. 

Pensá en los vínculos de amor verdadero. ¿Pueden venir sin dolor o sin miedo? Hay una frase muy linda del escritor Simon Sinek que lo resume a la perfección: “El amor es darle a alguien el poder de destruirte y confiar en que no lo usará”. La vulnerabilidad es, también, confianza. Y al ser vulnerable, sos poderosa, no justamente porque te animes a todo, sino porque tenés el coraje de ser y aceptar la imperfección y convertirla en oportunidad de maestría. Reconocer, entrenar y honrar tu vulnerabilidad para pararte sobre ella y ahí sí, que valga oro. Y que te haga brillar. 

Los 5 mitos de la vulnerabilidad

Brené Brown empieza a contarnos sobre la vulnerabilidad al revés: está tan mal entendida esta habilidad que es más sencillo empezar por lo que no es que por lo que efectivamente es para poder acercarnos a ella.

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    “La vulnerabilidad es debilidad”

    Este es el más famoso y viralizado de los mitos. Asociamos la vulnerabilidad con emociones displacenteras –miedo, nervios, ansiedad, verguenza–; sin embargo, las investigaciones muestran que también es la base de emociones y experiencias placenteras, como el amor, la alegría o la sexualidad. Luego de entrevistar miles de candidatos para pedir que definieran “vulnerabilidad”, Brené observa que, en todos los casos, se abordan conceptos como la verdad y el valor. Algunos ejemplos: “hacerme un test de embarazo después de haber perdido un bebé”, “inclinarme para besar a mi mejor amigo”, “renunciar a mi trabajo luego de que mi jefe me maltratara”, “hablar en público”. Lo que demuestran las estadísticas es que no hay valentía sin vulnerabilidad. Y no hay vulnerabilidad sin valentía. 

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    “La vulnerabilidad no va conmigo”

    Al parecer, no tenemos la opción de elegir o no ser vulnerables. La autora define la vulnerabilidad como “sentir incertidumbre, riesgo y exposición emocional a la vez”. Es imposible pasar la vida sin tener contacto con alguna situación que nos haga sentir así. Lo que sí podemos ENTRENAR es nuestra respuesta al enfrentarnos a la incertidumbre, al riesgo y la exposición emocional. La vulnerabilidad se entrena en ámbitos seguros a nivel emocional y con personas cuidadosamente seleccionadas, que honrarán y protegerán eso que les mostramos de nosotras mismas.

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    “La vulnerabilidad es exponerse de más”

    Los límites son la estructura de la vulnerabilidad. No podremos ejercitar nuestra vulnerabilidad si antes no desarrollamos nuestra habilidad de poner límites. Entendemos que los límites marcan dónde termina una persona y dónde empieza otra. Nadie sabrá dónde empiezo si yo no lo delimito. Y si voy a mostrarme tal cual soy y voy a arriesgarme con incertidumbre de resultados, el encuadre de eso se arma con límites. 

    Suena más o menos así: “Te voy a contar algo de lo que me cuesta mucho hablar, te pido que no me aconsejes, solo que me escuches”. O: “Papá, hace un tiempo que estoy en tratamiento para quedar embarazada. Cada vez que me preguntás ‘¿para cuándo?’ se me rompe un poco más el corazón. Por favor, no lo hagas más”. O llevándolo al ámbito laboral: “Querido equipo, estamos en épocas desafiantes, estoy aprendiendo a ser líder en un contexto económico que me asusta, como a todos, así que vamos a tener que organizarnos distinto, para encontrar mejores resultados”.

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    “Para mostrarme vulnerable, necesito estar en confianza primero”

    Confianza y vulnerabilidad se construyen a la par y van creciendo juntas. ¡Incluso es contagiosa! Fijate lo que a veces pasa en grupos que recién se conocen: si una persona levanta la mano y cuenta algo que le está pasando, o incluso si se emociona al hacerlo, eso es contagioso. Es una forma de habilitar al resto de las personas en ese grupo para que también se animen a serlo.

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    “Puedo hacerlo sola, no necesito conectarme con otros”

    Estamos biológicamente cableadas para conectarnos con otros; en ausencia de conexión, amor y pertenencia, siempre hay dolor. El pedir ayuda es otra habilidad necesaria para atrevernos a hacer con miedo. Al ser seres gregarios, inevitablemente necesitaremos de otros para lograr nuestros objetivos. Y al parecer, lograrlo solas es una virtud, pero... ¿cuál es el costo? Y más importante aún: ¿estás dispuesta a pagarlo?

¿Cómo entrenar la vulnerabilidad?

Entrenar la vulnerabilidad supone aprender sobre dónde termina el otro y dónde empezás vos, para poder delimitar con límites, valga esa redundancia, tu vulnerabilidad. 

Las ganancias de ese trabajo de amor propio incluyen cambiar el perfeccionismo de la exigencia por el cuidado de la excelencia. La exigencia esconde los errores y la excelencia los usa como oportunidades de aprendizaje. Imaginate, entonces, conectarte con tus vínculos desde un lugar de aceptación y cuidado. Valorando la imperfección y abrazando nuestro estar en constante estado de construcción.

El poder de los vulnerables es, entonces, atreverse aun sin saber cuál será el resultado. Incluso, podemos declarar que el resultado casi no le importa al vulnerable, sino el mismísimo acto de animarse y HACER. El superpoder de los vulnerables es conocerse, aceptarse. Catalogar lo que desean como VÁLIDO y los errores como parte de cualquier proceso de aprendizaje. Es pasar del deseo a la acción con miedo, con imperfecciones, más allá del objetivo.

 

Experta consultada: Lic. Inés Dates. Nuestra psico. @ines.dates.viviendo.

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