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Dora: El encuentro, los desencuentros y un final poco feliz




El encuentro

25 de febrero, Veracruz, México. Fueron algo así como 10 horas de Guadalajara a DF y otra decena de horas hasta esta ciudad costera, donde se estableció Hernán Cortés cuando vino a conquistar América. Llegué destruida, pero contenta. Pensé tanto en ese viaje hasta acá... ¿Va a estar Ulises ahí parado esperándome o no? ¿Qué pasa si me planta y recorrí este país de punta a punta por un ilusión sin acompañante? Eso, definitivamente no puede pasar. Va a estar. Lo siento, lo sé.
La estación está llena de gente, hay varias salidas. Nos tenemos que encontrar en este lugar a las 12 del mediodía. Él viene desde Playa del Carmen, encontramos un punto intermedio para emprender esta aventura juntos. No sé si fue un buen plan. Pero parecía prometedor. Y decidí apostar. Pasa el tiempo y no aparece. Me empiezo a inquietar. Son y media. Capaz se atrasó el colectivo. Esas cosas suceden. Quiero ir a preguntar, pero tengo miedo de que justo llegue. Estamos incomunicados, ninguno de los dos tiene celular, ni tablet, ni esas cosas que hacen que estés todo el tiempo conectado en los tiempos modernos.

Pasa gente. Me estoy poniendo mucho más que ansiosa. ¿Vendrá? Lo veo. La campera azul con turquesa de fútbol que se puso casi todos los días en Mazunte a la noche no puede tener réplica. Me paralizo y me acerco tímidamente a saludarlo. ¿Seguiremos mirándonos como hace algunos días? Tengo dudas, miedo, ganas de correr a decirle que cada día que pasó sin verlo fue un martirio. Nos abrazamos y nos damos un lindo beso. Las mochilas quedan a los costados. La química está intacta. Siento una mezcla de alivio con deseo. En Oaxaca sólo hubo ensoñación. Nada de sexo. Vamos al centro de la ciudad en busca de un hostel o un lugar para hospedarnos. Llegamos a una especie de residencia familiar con formato de telo. Hasta acá, la novela es mucho más que perfecta. Nos tiramos en la cama y nos miramos. Creo que ninguno de los dos sabe bien lo que está haciendo. Después de unos cuantos besos y en plena tardecita tenemos sexo. Es pasional, dotado y tierno. Cada segundo que pasa me gusta más.

Los desencuentros

El recorrido de la ciudad se hace en pocos días pero tiene algo mágico y eterno. Es un puerto, a él lo hace acordar a Cuba. Yo nunca estuve ahí. Caminamos de la mano, comemos, charlamos. Los primeros días la sonrisa está instalada en mis facciones y en las de él también. Hablamos con la gente local, tomamos café y comemos tacos en la calle. Después volvemos a nuestra casita y vemos películas encucharitados. A medida que el viaje se prolonga lo gracioso que él había encontrado en mí, ya no le causa tanta risa. Me empiezo a perseguir, me siento fea, insegura. Nunca estuve de novia y de repente estoy conviviendo con un pibe en México. No sé cómo pasar los días sin pensar.
Me indispongo y entiendo todo. Es increíble cómo te sensibiliza ese detalle femenino. Le pongo la responsabilidad a eso. Y trato de no enroscarme. Las aventuras nos persiguen, yo me pongo en ese plan de descubridora de lugares, me encanta. A él eso parece incomodarle. La sangre tiñe la escena. Él se asquea y dejamos de tener sexo. No digo que sea lo más higiénico del mundo pero en un viaje de pseudo luna de miel creo que nada debería importar. La ciudad ya parece nuestra, la recorremos y me cuenta del barrio, de los pibes, de su colegio emblemático (fue al Pellegrini ), de su ex, de sus ganas, del mundo que se divide entre oligarcas y personas normales.
Cambiamos de lugar. Alguien nos habló de un pueblo que se llama Xico; es más al norte y según nos dijeron se caracteriza por la niebla. Es absolutamente encantador y encantado. Tiene un café increíble, es chiquito y a la noche es como si estuvieses adentro de una nube. La humedad se mezcla con las luces. Es absolutamente espectacular. Empezamos con las partidas de ajedrez.

Todas las noches intento rozarlo para ver si pica y no: jugamos al ajedrez. No quiere ningún contacto físico, es como si el hecho de estar indispuesta me hubiese masculinizado. Me siento mal conmigo, fea, poco atractiva. Hay días que todo se hace monótono y otros que me mira de vuelta con esos ojos. No entiendo bien qué pasa, pero por las dudas no pregunto. Yo me levanto a las 9 y lo único que quiero es recorrer; él a las 11 y necesita sí o sí tomar café con facturas. Pienso que es raro tener una rutina en un viaje de mochilero, pero nada. Me adapto.
En cada libería que vemos pasamos más de dos horas. Es fanático de los libros antiguos, de las ediciones viejas. Tiene en la mochila más libros que ropa. Me gusta la idea de entrar a las librerías pero tanto tiempo ahí adentro me agota. Veo lugares que me entusiasman y él me dice: entrá, te espero acá. La frialidad va en aumento y no termino de entender bien porqué. Me pasan cosas graciosas que él vive con estrés. Tiro una torre de papeles higiénicos de un mercadito con la mochila y me tiento de torpeza. Ulises me mira con poca complicidad. Los días se hacen largos, pero por alguna razón no me puedo ir. Leemos en bares mientras tomamos café y jugamos al ajedrez. Siento que envejecí 100 años. Me sé todo de su vida, de sus afectos. ¿Tan poco me puedo querer? Es como si no pudiera terminar de ser yo. Busco la manera de que quiera que intimemos, pero no lo logro.
Vamos al mejor pueblito del mundo. No me acuerdo el nombre, está en la montaña, no tiene niebla pero sí una procesión. Seguimos a la virgen. Es chiquito, con capillas hermosas y gente en las calles con sombreros mexicanos. Veo un bar con una puerta de taberna que se abre para adentro. Lo invito, viene.
Un señor nos sirve tragos preparados por él. Todas las paredes están decoradas con carteles de corridas de toro. Hay música española. El dueño es un fan de esa actividad, no hay mucha explicación para la existencia de ese lugar ahí. Para mí es un hallazgo, para él, nos va a querer cobrar o le vamos a tener que dejar algo de plata. Qué amargo, pienso.

Entre rareza y amor nos vamos a Puebla, y después de una mañana entera de llanto en un cyber skypeando con mis hermanas decido ponerle punto final a esto. Tengo pasaje para el 10 de marzo, desde San Diego, y no lo puedo cambiar más. Vuelvo al lugar donde todos tienen sexo menos nosotros y me mira.
El idilio se convierte segundo a segundo en martirio. Creo que no estoy hecha para que me amen. Lo increíble se convirtió en deleznable en días... Tuvimos sexo una vez más y se acabaron los forros, pero por alguna razón nunca compramos. Él se va a Guatemala, yo a San Diego. Me acompaña al aeropuerto, nos damos un beso extraño. Subo al avión y lloro de nuevo. No entiendo qué pasó.

El final

3 meses después. La novia de mi hermano me contó que Dora, la amiga de Riki que estaba en Oaxaca, está de novia. Pensé en la gente que había en México, no había mucha opción: tenía que ser un amigo de Ulises o inclusive él. "Imposible", me dijo Coca -que como Riki es amiga de Dora del colegio-.
-Te averiguo.
-Dale
(Cuando volví a Buenos Aires, él todavía tenía unos días de viaje... Me escribió para ver cómo había llegado a San Diego. Un mail tibio, nada que ver con los textos anteriores. Nos mandamos un par de correos y después no más. Sabía que volvía los primeros días de abril. Esperé a que me escribiera y no pasó. Le escribí un texto tonto diciéndole que quería saber cómo había estado todo. Nunca contestó).
-Hola Oli
-¿Qué hacés Coca?
-Bien... tengo algo para contarte
-¿Qué?
-Viste Dora...
-¿Sí?
-Está de novia con el tuyo.
Llanto y resignación. Nunca entendí porqué no funcionó. Él simplemente desapareció.

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