Después del Mundial Qatar 2022: volver a los hijos
Josefina de Cabo en su columna nos revela cómo fue el reencuentro con sus hijos después de su estadía en Qatar por el Mundial. Volver a cumplir el rol de madre, con la felicidad y las demandas que eso implica.
15 de diciembre de 2022
Volver a ocupar el rol de mamá: alegrías y desafíos. - Créditos: Getty
“¿Cómo voy a volver a ser la mamá de alguien?”, pregunté en voz alta. Estábamos en Qatar por el Mundial. Mi marido me miró y sonrió, casi con pena. “Siempre sos la mamá de alguien”, me respondió. Le expliqué que claro que sí, no hay forma de no serlo, pero que me refería a la manera activa, la parte de poner el cuerpo de la maternidad.
Veníamos de doce días de dormir hasta la hora que queríamos, de acostarnos tarde y comer a deshoras, de entrar y salir como queríamos (que, por lo general, era rápido) y de ir y venir a piacere. Empecé a pensar en la vuelta. ¿Los extrañaba? Claro que sí. ¿Estaba disfrutando enormemente este tiempo sin ellos? También.
El reencuentro
Les habíamos dicho que yo llegaba a la noche, para que pudieran ir al colegio tranquilos y bajarles un poco la ansiedad del regreso. La realidad es que volví esa misma madrugada y me fui a dormir a lo de mi mamá: recién cuando ellos se fueron al colegio me vine para mi casa. Nos parecía mejor que ellos pudieran tener su rutina escolar tranquilos y no provocar una nueva separación.
Se acercaba la hora de ir a buscarlos y me empezaban a dar nervios. Nervios, sí. Una ansiedad enorme de reencontrarme con ellos, pero también nervios por saber todo lo que se venía: la pasada de factura por habernos ido quince días, los quince más que me quedaban -me quedan- con ellos sin su papá y sostener esa separación, los eventos de fin de año y la mar en coche.
Salí de casa más temprano de lo necesario y llegué al colegio primerísima. A medida que iban llegando las mamás y me preguntaban por el reencuentro y yo contaba que iba a ser en ese momento, la alegría de ellas me daba aún más ansiedad y nervios. Una hasta se ofreció a grabar la salida del cole para inmortalizar ese momento. Benditos celulares.
Las caritas de mis hijos cuando me vieron esperándolos son una imagen que no me voy a olvidar nunca (y que, si me olvido, por suerte Pili me las grabó y están en mi teléfono para siempre). Mezcla de no entender, de alegría, de emoción y un poco de angustia también, por supuesto. La más grande lloraba de emoción y me abrazaba, el más chiquito preguntó por su papá. Un reencuentro hermoso por donde se lo mire.
La realidad
Al día siguiente, la realidad golpeó mi cara como una patada ninja. Las facturas de todos los colores y sabores que me pasaron estos chiquitos, las exigencias, las demandas. Salir de casa como si me fuera de viaje y tardar una hora cada vez. Y sí, tener hijos es un quilombo, ya lo hablamos en otras columnas.
Pero también me encontré con dos nenitos más grandes, más compañeros entre sí, que aprendieron a jugar mejor y se pelean menos. Que se apoyan y se ayudan mucho más que cuando yo me fui y eso me emociona un montón. Veo cómo evolucionó el vínculo entre ellos y me hace muy feliz.
Entonces sí, la verdad es que volver fue difícil, volver a adaptarme a poner el cuerpo en la maternidad me costó y le tuve que poner mucha garra (le estoy poniendo mucha garra de hecho). Pero también, como siempre y como todo, tuvo su lado positivo y pude ver los resultados de nuestra ausencia en la evolución de nuestros hijos y eso también me llenó el alma.
Y como las frases trilladas son trilladas porque son ciertas, voy a decir: lo lindo de irse, también, es volver.
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