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Relato de una pérdida

Jose de Cabo relata la experiencia de una amiga que atravesó una pérdida gestacional. Pone foco en el momento en que pudo salir del silencio, poner palabras a ese dolor, un modo que encontramos las mujeres para acompañarnos, para sentirnos menos solas.


Cuando una amiga puede contar lo que le pasa se siente menos sola.

Cuando una amiga puede contar lo que le pasa se siente menos sola. - Créditos: Getty



El 25 de diciembre pasado mi amiga Delfina hizo chistes. Hizo chistes porque no sabía qué más hacer. Hizo chistes, lloró y sangró. Sangró más de 3 horas metida en una bañera, hasta que no pudo más y pidió que la llevaran al hospital. Estaba perdiendo un embarazo.

Ella ya lo sabía, ya había escuchado la horrorosa frase que ninguna embarazada quiere escuchar: “No hay latidos”. Eso había sido alrededor de las ocho semanas de gestación. Mientras todos celebrábamos haber pasado a semifinales, Delfina lloraba ese bebito que nunca llegaría. Su cuerpo, como si supiera, esperó que Argentina saliera campeón para empezar a expulsar el feto. Tras el gol de Montiel, Delfina empezó con las primeras pérdidas. Todo venía bien, hasta el almuerzo de Navidad. Almuerzo que terminó con ella sedada y un legrado que le daba terror.

Corte a hoy, mediados de enero. Estuvimos con Delfina el fin de semana, no la veíamos desde antes del mundial de Qatar. Entre asado, picada y cerveza nos contó con lujo de detalles su pérdida. Lo general y lo particular. Lo liviano y lo escabroso. Todo. Le preguntamos por qué no nos había contado antes, si ya pasó todo este tiempo.

 

“Recién estoy pudiendo asimilar y digerir y contar. Me hace bien contar”, nos dijo. Nos confió que, en medio de su duelo, de su proceso de sanar el dolor de haber perdido ese deseo tan grande y además el dolor físico y el trauma que sufrió su cuerpo, algo que la ayudó mucho fue empezar a contar todo. Nos dijo que la hacía sentir acompañada.

Yo no sufrí una pérdida gestacional, pero mis dos embarazos tardaron mucho en concretarse. El primero, incluso con un pequeño tratamiento de por medio. Recuerdo la soledad que sentí durante todo el proceso. Porque es cierto que no estamos solas. Es cierto que tenemos pareja, amigas, familia. Pero la que está ahí, sedada, pinchándose, sangrando en una bañera, llorando con cada test negativo, sos vos. Estás sola con tu cuerpo y tu mente y eso es terrible. Entonces al contar, compartir con otras mujeres a las que les haya pasado lo mismo es probable que te sientas acompañada. No sólo por alivianar esa carga, sino por absorber y entender experiencias iguales a la tuya que pueden ayudarte a comprender y sanar tu propio proceso.

 

Antes no pensaba así. Antes creía que este tipo de duelos había que llevarlos en silencio, para protegernos de la pregunta ajena, del “dedo en la llaga”. Pero aprendí, por experiencia propia y ajena, que el silencio lo hace peor. Hay un tiempo de duelo y de proceso que tiene que suceder en la intimidad porque así somos los seres humanos, pero después si no lo compartimos, el proceso se hace muy solitario. Y lo que está en silencio se convierte en lo oculto, lo prohibido, lo malo, lo feo, lo roto.

Y no hay nada malo, ni prohibido ni roto en una pérdida gestacional. No estás rota, no estás prohibida ni silenciada. No estás fallada. No estás -del todo- sola.

Parte de procesar es decir, porque las cosas compartidas indefectiblemente se hacen más livianas, pero, además, porque diciendo traemos a la existencia situaciones que suceden y que duelen y que hay que aprender a transitar (o acompañar) para poder seguir adelante.

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